He recibido un chocolate de regalo, un rico manjar destinado a atacar mi lado débil, se que no he de comerlo, o por lo menos no libre de culpa… que importa si engordo o cuantas calorías tiene… es que… el regalado viene de alguien, que no es mi esposo.
La nota que acompaña el chocolate, calienta tanto… pero tanto, que llega a derretirlo por completo… “al chocolate”.
En fin, hay que comerlo pronto, sin dudar más…
Realmente lo disfrutamos, suave y lentamente, sin escrúpulos, sin miedo a ensuciar, en el sillón, en la cama, en la mesa… ¡Que chocolate!
Sabor culposo, placer compartido, la tentación misma en un envoltorio dorado y si mi marido supiera… pero para que va a saber.
¡Ya no es tanta la culpa!
Gracias, por el regalo, mi admirador secreto.
Gracias, por caer en la tentación conmigo, esposo amado.