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Era una mañana de frío invierno como otra cualquiera del mes de septiembre del 2004 en la ciudad de Santiago de Chile, capital de la República de Chile, me levanté temprano porque tenía que ir a las Oficinas de Inmigración a hacer algunos trámites para mi residencia.

   Santiago es una bella ciudad con grandes y lujosos edificios y su impresionante tren subterráneo, considerado el más moderno de Latinoamérica y uno de los mejores a nivel mundial, que puede trasladar miles de pasajeros diariamente a diferentes lugares. Una de las cosas que más me gustaba cuando vivía allá era viajar en el metro.

   Ese histórico día me dirigí primeramente a las oficinas de inmigración y extranjería que se encuentran justamente detrás del palacio de la moneda, edificio de gobierno donde se libro la sangrienta batalla el 11 de septiembre de 1973, cuando el golpe de estado que derrocó al presidente Salvador Allende.

   Después de ser atendida allí por un funcionario del estado tuve que dirigirme al dpto. de policía internacional, y para ir a ese lugar fue necesario viajar en el metro de nuevo utilizando en este caso dos líneas.

   Ya terminados mis trámites en ese otro lugar regresé a la estación del metro y mientras esperaba  el próximo tren, de pronto me di cuenta que comenzaron a llegar una gran cantidad de personas, eran hombres vestidos de traje y corbata, con cámaras de tv. No tuve tiempo de mirar mucho más pues el tren que se aproximaba se detuvo y una de sus puertas se abrió justo frente a mí, no tuve que hacer mucho esfuerzo para subir pues aquella multitud me empujo delicadamente.

   Se cerraron las puertas y aquella inmensa mole de hierro echo a andar con su preciada carga y cual sería mi sorpresa cuando miro a mi lado derecho y veo al presidente de la República, el señor Ricardo Lagos mirándome y sonriendo, yo dije:

---No lo puedo creer, yo viajando al lado suyo.---Él volvió a sonreír, me extendió su mano en un saludo afectuoso y me dijo;

---Es que estamos regresando de la inauguración de la extensión de la línea 2 que pasa por debajo del río Mapocho.

    En ese momento me mostró en el mapa que se encontraba en la parte superior de la puerta, el lugar donde estaba la nueva línea.

    No tuve tiempo para más pues ya me tenía que bajar en la próxima estación de los Héroes, mientras ellos seguían hasta la moneda, ahí nos despedimos con un nuevo apretón de manos y las sonrisas de los periodistas que nos rodeaban y fotografiaban, al día siguiente corrí a buscar el periódico y aun conservo la foto con el presidente, también me vi en la tv, aunque  solo duró unos breves minutos,  para mi fue una experiencia inolvidable.  

Fin

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