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Cualquier día de diciembre llegó Marcelita a su casa con una cara donde se mezclaban toda clase de sentimientos contradictorios. Cabe aclarar que la pequeña era la predilecta de sus padres y la consentida de las profesoras del colegio. Al verla en ese estado tan fuera de lo común su madre le preguntó preocupada:

-         ¿Cariño, pasa algo malo?

-         ¡Sí¡- respondió la pequeña- algo muy grave.

-         ¿Qué tan grave?, continuó la madre.

-         Muy grave, mamita, que ya no soy virgen.

La mamá casi se desmaya ante tamaña confesión de su adorada pequeña e imaginó cuantas situaciones caben ante esta espantosa situación de su bebita de cinco años, que asistía todos los días a su parroquia para ensayar todo lo relacionado con la novena de aguinaldos. Se armó de valor, después de transcurridos unos minutos y se dispuso a escuchar de labios de su pequeñita los pormenores de semejante revelación.

-        Cuéntame bebe… por favor.

-       Mamita –respondió la niña hecha un mar de lágrimas y sollozos- ¡tienes que perdonarme, me lo prometes?

-        Por supuesto cariño, pero dime qué fue lo que te ocurrió… por favor.

-        Pues que me puse a molestar con un niño, tú sabes, con Pedrito…

-       ¡Clarooo, tenía que ser ese demonio!,  dijo la madre interrumpiéndola…

-       Déjame hablar mami, pues la profesora nos regaño y Pedrito ya no es San José y yo ya no soy la virgen, ahora somos pastorcitos.

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