Muchas veces me refiero a situaciones de mi pasado, pero es que mi vida ha estado llena de acciones y hechos que valen la pena de recordar. En una época sin mayores aparatos electrónicos y la tecnología en pañales, los niños y jóvenes nos inventábamos juegos y actividades para llenar el tiempo libre… y no siempre de una manera muy sana. Como encontré en mis archivos del computador un libro de anécdotas mías y mis contemporáneos, voy a compartirles algo de mis experiencias.
Todos aprendimos a nadar en un pequeño río que estaba ubicado a unas seis cuadras de nuestro barrio. Allí encontramos dos pozos que bautizamos como Media Luna y Pozo Hondo; su nombre por la forma y la profundidad. A propósito, en este último varias veces encontramos cadáveres flotando de chicos inexpertos que se aventuraban a meterse y se ahogaban.
Nosotros, en temporada de vacaciones, íbamos a nadar todos los días desde tempranas horas; en la Sabana de Bogotá el frío es intenso, pero así nos metíamos en las gélidas aguas y ahora no me explico como pudimos sobrevivir (pienso que algunos ahogados el frío fue el que los mató), nos bañábamos hasta que el hambre y el congelamiento nos enviaban a casita a desayunar y calentarnos. Muchas veces el frío nos lo sacaron a correazos porque llegábamos morados, tiritando y castañeteando los dientes.
Como todos sabemos, nadie nació aprendido, de manera que siempre hay una primera vez y los amigos del barrio que iban a nuestros pozos por primera vez los llevábamos al Media Luna que era largo y poco profundo, los invitábamos a meterse en la parte menos honda y reíamos al ver la cara de frío, alguno les daba instrucciones rudimentarias sobre la natación y que cada uno practicara a su manera.
Después de varios días de “entrenamiento” el muchacho estaba listo para defenderse en aguas profundas, de manera que lo ubicábamos en la orilla de ese mismo charco, pero en el lado hondo (donde había un pequeño barranco), le pegábamos un empujón y ahí se sabía si aprendió o no a nadar.
La prueba de fuego era unas semanas más tarde en Pozo Hondo donde se repetía el empujón; muchos nunca se pasaron a este porque tenían en mente los cadáveres flotando que encontrábamos ocasionalmente. Puedo asegurarles que este método es infalible para aprender a nadar y no sé porqué no lo usan en las academias.
Edgar Tarazona Angel