Un extraño ruido señala hoy mi caminata mañanera; sin saberlo, le entrego mis pasos para que me lleven hacia él.
A medida que me acerco, puedo percibir que el tal murmullo proviene de un montón de piedras que matizan el día con un color lila espectacular. De repente me percato que delante de mí va una persona con un costal al hombro; su paso lento y trabajoso me hace pensar que lleva una carga muy pesada en ese saco. Al llegar a la piedritud, se detiene, descarga el costal para vaciarlo en el montón, se sienta en el suelo y comienza a escarbar como buscando una piedra especial.
En el instante en que esta persona encuentra la piedra que buscaba, llego yo y me detengo a observarla de cerca, aunque parece no advertirlo, o mejor, ignorarme.
Luego de pulir la piedra, la ubica en un lugar donde encaja a la perfección dejando ver la palabra “miedo” gravada. Luego de asegurarse que la piedra miedo está asegurada, sin movimiento, la persona continúa puliendo y moldeando las otras piedras, cada una de las cuales va colocando sobre la piedra miedo formando una torre.
Todas las piedras tenían talladas varias letras; recuerdo que alcancé a leer algunas palabras; aunque no en su orden, decían: envidia, pereza, egoísmo, mentiras, complejos, etc., las cuales la persona iba colocando una sobre otra hasta construir la inmensa torre. Al lanzar la última de las piedras ya moldeadas, la persona se detiene por un instante a contemplar la roque, expresa su satisfacción con una leve sonrisa y en seguida comienza a escalar SU camino al cielo, donde desapareció confundiéndose con las estrellas.
Yo contemplé el espectáculo de principio a fin; confiada en eso, me propuse recorrer ESE camino al cielo que me encontré a la mano tan fácil e inmediato.
Al pisar la primera piedra de ESTE camino al cielo, la torre se bambalea tan fuerte que me tira al suelo con su sacudida; con un poco de temor me cercioro de que la piedra miedo, piedra cimiento o piedra base, esté bien encajada para soportar la estructura e insisto en escalar el camino al cielo. Al pisar de nuevo la primera piedra, pisoteo fuerte y rápido para comprobar que está bien afianzada y no se va a mover, luego subo a la siguiente piedra y de ahí a la otra…
No sé si no alcancé a darme cuenta con qué palabras estaban marcadas cada una de las piedras que escalé después de la piedra base o si se me olvidó por el susto tan verraco que sentí cuando la torre se desmoronó lanzándome al suelo mientras se escuchaba en el aire la carcajada de aquella multitud de piedras referenciadas…
A pesar del atolondramiento que me produjo el derrumbe de la torre, me levanté dispuesta a escapar del lugar de la escena; sin embargo, antes de retirarme alcé la mirada al cielo para burlarme de las carcajadas de las piedras… no obstante, el color lila que coloreaba el aire me impidió ver las piedras… tan solo me dejó ver un letrero intermitente y juguetón que decía:
“EL CAMINO AL CIELO ES PERSONAL… CADA UNO TIENE QUE PULIR SUS PROPIAS PIEDRAS”