Descubrir en una mirada la eternidad, descubrir en los ojos de un niño una clara verdad, clara así como el agua, escurridiza siempre en nuestros dedos, intentar así atrapar los pensamientos sería imposible, ellos que llenan nuestros mundos internos, que nos llevan a hermosas montañas y horizontes desiertos. A tierras lejanas donde no existe ni sol, ni luna, ni tiempo. Son ellos a veces fugaces en nuestras mentes y algunos permanecen allí inquietando la conciencia y los sentidos.
Cuando estamos solos podemos volar y encontrar en nuestro vuelo los escombros de nuestro antiguo tiempo, aquellos que quisimos esconder en el silencio de nuestro corazón, que quisimos borrar con un seco adiós, estos son los días tristes, las mañanas en las que para nosotros no apareció el sol, en que la tarde y su ocaso no llegaron, donde todo el día fue noche oscura que no se atavió de sus estrellas de escarcha plateada que su oscuridad iluminaban. Cuando estamos solos también podemos correr hasta el lugar más hermoso y escondido de nuestra alma en el cual la luz no deja de brillar, donde la lluvia nos alegra al nuestros rostros bañar. Aquí podemos correr, hasta el infinito de nuestro ser y encontrarte con el niño que jamás dejará de existir.
Cuando estamos solos amamos como nunca pensamos en amar, y conocemos personas que quizás no lleguemos a ver, hablamos de cosas que jamás pensamos en hablar.
Y quizás por eso a veces solo queremos estar solos en nuestro largo pensar y volar, correr y amar hasta que de nuevo la señora noche o la amada mañana vuelvan a empezar con sus paisajes y su eterno susurrar de canciones de alegría, melancolía y paz.
Cuando estoy sola me pongo a pensar y emprendo un viaje sin final, cuando estamos solos amamos más…