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EL BABY SHOWER DE VICTOR DANIEL

La hermosa y primaveral tarde del Domingo 24 de Marzo, tenemos dos celebraciones familiares y sociales que acudimos a atender muy complacidas mis hermanas y yo.

Encomiar el primer año de vida de Nicolás marca el inicio de nuestra actividad social de este día.  Entonces llegamos a la reunión muy temprano, como a eso de las 3 de la tarde para quedarnos un ratico nada más porque teníamos que irnos al baby shower de Víctor Daniel.  Y así fue, así lo hicimos porque a las 4 de la tarde cogimos camino a cumplir con la otra cita, la del show de bienvenida a este mundo de Víctor Daniel, que ya está muy próxima y en menos de una semana se espera que ocurra este gran acontecimiento.

Este tipo de reuniones suelen ser muy divertidas y agradables porque constituyen una bonita manera de compartir gente de todas las edades y de todas las condiciones  físicas y materiales, con lo cual se genera una maravillosa energía, una muy sana sensación de esperanza y tolerancia.  Pero, como en todo, no falta el lunar que empaña la filosófica pureza de esta asamblea.

En medio de dulces y pasa bocas llegan las rifas y los concursos que hacen muy amena la tertulia, porque son juegos innocuos e inofensivos que no implican mayor malicia o ambición por ganarse estas competencias, pues los premios son cosas muy sencillas que, por lo general, carecen de un valor material relevante.

¡Bueno! Llegó la hora del tradicional jueguito del papel higiénico; ja, ja, ja, este jueguito consiste en sacar un pedazo de papel higiénico calculando que al medir con este la barriga de la futura madre ni sobre ni falte, es decir, el pedazo del papel higiénico debe ser exactamente lo que mide la barriga.  Listo, pasó el juego y, aunque estuve muy, muy aproximada no me lo gané porque otra señora si dio con la medida precisa.

Ahora vienen los dos detallitos que me hacen reflexionar sobre la forma como están asimilando nuestros muchachos el valor del triunfo y el espíritu de la competencia; ganar a costa de lo que sea hace carrera en todos los estratos sociales y nos está convirtiendo en una cultura de sátrapas y ladinos,  en medio de la cual pierde toda importancia la erudición y el conocimiento.  La picardía y la marrullería parecen ser mucho más efectivas que la sapiencia y la sabiduría. 

El concurso para ganarse un espejito de bolsillo  consistía en adivinar un nombre de persona.  Inicialmente esta era la única pista.  Yo me di cuenta quien propuso ese nombre, no dije nada.   Ese nombre yo no lo quería  ni oír, ni mucho menos pronunciar y esto era algo que muchos  sabían, incluso quien lo planteó.  Era un nombre muy difícil de acertar porque no es un nombre común, por lo cual se van dando varias pistas para orientar a los concursantes.  De repente llega mi sobrino, que venía de conversar con la persona que formuló el nombre para el concurso, y me dijo muy al oído: “deci tal”, o sea que me dijo el nombre para que yo me ganara el concurso.  Yo hice caso omiso, porque como ya dije, no quería saber de ese nombre.  Me disgustó un poco el sentimiento tan artero de quien propuso ese nombre y además del sadismo con que pretendió que yo ganara algo con eso.  Sin embargo, superado mi callado malestar me he puesto a pensar en lo fácil que es hacer daño tan solo con un poco de malicia y suspicacia; para hacer daño es suficiente con tocarle la herida al semejante.

Yo no sé qué tan consciente fue mi sobrino cuando me dijo aquel nombre para que yo lo repitiera; lo que sí sé es que una niña de tan solo 14 años de edad tuvo toda la mala intención al proponerlo, pero lo peor de todo es que ella no tenía nada que ver en el asunto, pero si tuvo la suspicacia suficiente para tocarme una herida con sucia marrullería; qué esperaba o qué ganaba esta niña con eso?, nada, absolutamente nada, tan solo satisfacer su instinto morboso, sin sentido alguno.

El segundo lunar de esta agradable reunión, corrió por cuenta de la misma protagonista del suceso descrito anteriormente, la misma creatura de 14 años aportó su malicia con el objetivo de hacer una sucia trampa en la rifa de un simple brillo labial.  Esta vez el juego consistía en adivinar el nombre de un animal.  Por más que daban y daban pistas, nadie lograba acertar.  Después de mucho rato y de casi decir el nombre del animal con tanto describirlo, alguien se ganó el brillo labial, que era el premio.  Entonces vuelve mi sobrino y me dice: porque no contestaste el celular? Yo le dije “se me olvidó y lo dejé en  la casa, cómo así? Porque?”   Pregunto extrañada.  Ah!, me responde él, porque fulana de tal (aja, la misma, la inocente creatura de 14 años) te estaba llamando para decirte cual era el nombre del animal.  Mi única respuesta fue una triste sonrisa, lógicamente él no se dio cuenta de mi sarcasmo.

Sinceramente le baja a uno la moral este tipo de pequeñeces, pero que nos dan una gran muestra del tipo de sociedad que estamos formando para el futuro inmediato.  Trampas, mentiras y engaños parecen conformar los cimientos morales, a decir verdad, de todo el mundo; no es cuestión de edad, ni mucho menos de una determinada casta social, desgraciadamente es el gran ejemplo que nos están legando la gran mayoría de celebridades del arte, el deporte, la política y hasta la misma religión con prototipos de vida que tan solo nos muestran éxitos y triunfos pero que después se sabe que se obtuvieron a punto de artimañas y anteponiendo ventajas sobre el contrincante.

La gran sabiduría de este articulo estuvo al final, porque sí, es cierto, la verdad es absolutamente inocultable.  La verdad es humilde y a veces parece como que la podemos ignorar o estrangular pero más temprano que tarde sale a relucir.  Qué pena, que vergüenza debe dar cuando a uno lo pillan en trampas, mentiras o engaños…

¡ah! o no será más bien que yo soy demasiado quisquillosa? De ser así, de ser cierto que yo me pego de minucias y pequeñeces y que me complico la vida con pendejadas y se la complico a los demás, entonces no es verdad que las condiciones de vida se construyen en el día a día y con el paso a paso… shi, shi, shi…

 

 

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