En unos pocos minutos se acercará, sigilosa. Con gesto prudente ocupará su lugar ante el piano y recibirá con ademán cuasi imperceptible, el elocuente homenaje de este exclusivo auditorio.
Aparecerá esbelta, envuelta en su vestido de gasa gris y deslumbrará a su público con su elegancia innata en una aparición casi etérea.
La sala se ve colmada de admiradores que esperan con regocijo su incesante entrega.
Han venido todos; como antes, como en las mejores épocas.
El murmullo es incesante; pronto han de bajar las luces y guiarán los focos hacia el lugar por donde ella acceda.
Elogiarán su garbo y aprobarán su creación divina una otra vez hasta culminar de pie, para entregarle el reconocimiento que coronará este evento, con un merecido aplauso.
Estaré allí, no de la forma que lo habíamos imaginado. Aprobaré en silencio cada sublime nota que se desprenda de sus inmaculadas manos.
Disfrutaré su música que, como tantas otras veces me hará flotar hasta transportarme a los jardines del Castillo de Windsor, o a los amaneceres de la campiña francesa.
Revisaré entonces dentro de mi vida, cada instante de su mágica presencia; recuerdos imborrables que nos pertenecen, a mi y a ella.
De ahora en más, la observaré sin prisa porque mi ubicación será perfecta; la veré desde arriba; ya no sucederá como antes, será del otro lado de la vida.