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Hay historias que se cuentan solas, que aparecen de pronto entre los pliegues de tus días o entre las costuras de la noche.

Suelen decirse a sí mismas que son inmortales, inmensas, únicas, diferentes.

Que arrasan con todo a su paso: con manías, con ideas, con gustos, con costumbres, con la vida misma.

Que no aceptan nada de lo anterior, donde el pasado no existe, y que deben ser borrón y cuenta nueva.

Envuelven poco a poco el mismo aire que te rodea, la luz que te permite la visión, el sonido de la existencia.

Construyen castillos en el aire, son protagonistas exclusivos de esta única historia y lo dan todo sin medida.

Lo dan todo sin pedir nada a cambio, asumen que tú también lo harás.

Esas historias son avalanchas de anécdotas continuas, de decires y sorpresas. De suspiros, de besos, de escarceos y de entregas que no terminan.

Crean mundos, universos, momentos y detalles. Todo en uno.

Esas historias son una vibración intensa.

Un orgasmo de vida.

Y esas historias se comen a sí mismas, se devoran sin prisa. Después del sueño, de la ilusión, del deslumbramiento, del encanto, de la fantasía. Después de cada momento de entrega, se vacía por completo de energía. Se mira a sí misma y desaparece el espejismo.

Esas historias te miran luego con desconfianza, pues serás tú el culpable de su debacle.

No diste, no comprendiste, no hiciste, no correspondiste ...

Se van furiosas de ti, de tu falta de empatía, de tu falta de amor. Se van odiándote.

Y esas historias te dejan a veces vacío, a veces deshecho. Nunca entero, nunca igual. El tornado siempre termina destruyendo una parte importante que hay que saber reconstruir. Y esas historias no solo son tornado, son ciclón.

Pasa el tiempo y a través del prisma del recuerdo queda la sensación de un momento en la vida donde uno nunca fue uno mismo, sino el reflejo de esas historias que cambiaron tu propia realidad, aunque nunca sean definitivas, pero son historias que miden tu propia perspectiva de vida.

Historias de tiempos remotos de adolescencia incipiente, historias de adultez arrogante, historias de locuras prohibidas, historias perdidas, historias encontradas.

Somos el conjunto de todas esas historias, la consecuencia de su causa, la causa de sus revuelos.

A veces me cruzo por la calle con alguna de esas historias, para ellas ya soy un anónimo. El tornado para sin mirar y yo me alegro.

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