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Su condición de transitoria es irreversible y por eso, de tan valorada, será luego menospreciada cuando muy pronto repliegue y decline. La belleza es de una efímera vigencia, poderosa mientras refulge con su esplendor, pero víctima, al fin, del verdugo despiadado del tiempo.

Con un futuro previsible de ocasos y nostalgias la importancia de su pasado será nula una vez olvidada su extinguida lozanía, símbolo del placer siempre perecedero. La fisonomía humana que la posea estará signada por el júbilo y la desdicha al mismo tiempo.

Distinta a la fealdad, que se consolida con los años y, por saberla perdurable, su portador encuentra en otras virtudes el modo de suplirla y de sobreponerse al paso del tiempo. Habilitada a perpetuidad, su apariencia sufre transformaciones de las que nadie se decepciona.

Bien hacemos, entonces, en deleitarnos con la belleza, aunque sin esperar nada de su contenido, salvo excepciones. Tampoco vale fastidiarnos por esta limitación, ya que no es obligación de la belleza albergar la sabiduría ni garantizar la perennidad. Su etiqueta sugerente de musa inspiradora idealiza y promueve la elevación espiritual, propicia el arte excelso, provoca el desequilibrio emocional, somete a la rendición sin condiciones y hasta hunde en el barro a las pasiones más intensas, generalmente en quien la admira. Por sobre todo, la admiración es su consigna y razón de ser, lo que no es poco.

La fealdad, en cambio, considerablemente menos provocadora, oculta una belleza invisible bajo su envoltorio en donde puede hallarse un manantial de asuntos trascendentes. Viene a ser ésta una compensación saludable y oportuna que beneficia a las mujeres feas, igualmente acreedoras del amor, quizá del perdurable.

A este resultado aspiran, con su arrogancia, las mujeres bellas, sin advertir su escasa aptitud para el amor consistente. Así como sus atributos apetecibles han de agotarse más rápido de lo deseado, los vínculos sentimentales que tejan han de hilarlos con idéntica fragilidad. De todos modos es comprensible la tentación por sucumbir a la belleza, puesto que la fugacidad de la vida nos impulsa a tomar de prisa los bocados más deliciosos. Es así que los bello, si breve, dos veces bueno.

René Bacco

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