Es infaltable el canto de buenos días de los ángeles de las mañanas.
Pequeños seres cubiertos con imaginarios patrones de pinturas, picos puntiagudos y con la habilidad de entonar armoniosas canciones que son sencillas, pero no tan bellas, de imitar.
Tienen la milagrosa habilidad de flotar en el aire. Sus brazos diseñados para contrarrestar la fuerza de la gravedad, son la envidia de cualquier reino animal. Verdad es que los peces pueden respirar bajo el salado mar. Pero no pueden volar. Verdad es que los fuertes leones pueden destrozar y rasgar las caderas de las cebras con sus mandíbulas de hierro. Pero no pueden volar. Verdad es que los halcones son los depredadores con una velocidad de ataque extraordinario y pueden volar. Imaginen por un momento a cualquier animal mencionado anteriormente y agreguémosle esa resistencia a la gravedad. Que mediocre seria la humanidad en comparación.
Las aves son un espectáculo bellísimo de admirar y envidiar. Poseen ritos de cortejos bastante interesantes. Pero el que llama mi atención es el cuidado de sus hijos.
La madre como es costumbre, brinda amor y calor hacía sus polluelos, observando que no les falte nada, ni siquiera una comida al día. Las lombrices sin suerte, terminan siendo digeridas y vomitadas directamente en la boca de los infantes, volviéndolos más fuertes para su examen final.
Existen varios estilos y modelos de nidos. Tenemos el clásico hecho de palitos y plumas. Los excavados en las paredes. Y otros tienen la forma de un saco colgando desde una rama. Una gran colección de hogares, algunos sin techo ni paredes.
Los pequeñines gozan de la protección y la continua bienvenida de alimento. Lloran en todo momento reclamando a su madre aquel calor maternal. El tiempo pasa y los angelitos crecen lo suficiente para su prueba de vuelo. En ella se juegan su futuro como especie. Si llegaran a fallar el hervido pavimento de verano los recibiría con los brazos abiertos. Uno por uno, la madre introduce presión sobre las diminutas espaldas de los polluelos para que logren su deseo.
Niños, que apenas con sus huesos crecidos, tienen que aceptar un futuro fijado. Esclavos de los deseos de sus padres. Los que aprueban continúan su vida y repiten el ciclo de la especie. Los desaprobados deben enfrentar la muerte o el abandono. Así es como trabaja la humanidad.