Siento un gran amor por esos objetos con hojas y llenos de palabras que llamamos libros. Un amor que nació desde mi infancia alimentado por mi madre y dos damas de la familia que me enseñaron las primeras letras y me iniciaron en las primeras lecturas.
Crecí en un pueblo pequeño y aferrado a las tradiciones sociales y religiosas, de manera que las primeras lecturas que escuché fueron pasajes bíblicos contenidos en un pequeño libro, que ahora es artículo de coleccionistas, titulado CIEN LECCIONES DE HISTORIA SAGRADA. Pero hago claridad en que no aprendí a leer en este libro, para eso estaban la CARTILLA CHARRY y LA ALEGRÍA DE LEER. Abuelas de las que años después las remplazaron como Paquito, Coquito y Nacho lee. Estas fueron las puertas de entrada a mi mundo de los libros.
Mi gran sorpresa fue encontrarme con LAS MIL Y UNA NOCHES en versión para niños (lo digo porque gran cantidad de personas dicen haberlas leído y no lo creo, la versión completa son dos inmensos tomos de unas mil páginas cada uno, en letra pequeña); en letra grande y con dibujos conocí a Simbad el Marino, Aladino y la lámpara maravillosa, Ali Babá, las alfombras voladoras, los magos de oriente, los genios de lámparas y anillos que cumplen tres deseos, etc. También y, por respeto a las buenas costumbres, las tías me leían primero y después me daban libros de fábulas, de la mano de Esopo, Samaniego, Lamartine y, otros aprendí lo bueno y lo malo con las moralejas de dichos relatos.
Mi gran compañía durante mi infancia de niño enfermo fue una enciclopedia en veinte tomos que compró mi madre cuando descubrió mi adicción a los libros: EL TESORO DE LA JUVENTUD, los que lo conocen saben que cada tomo está dividido en secciones como Los dos grandes reinos de la naturaleza, El libro de la poesía, Narraciones interesantes, Historia de los libros célebres, etc. Esta fue la llave para el resto de mi vida. Cada tomo me llenaba de imágenes y episodios que nunca dejaron de acompañarme por el resto de vida hasta hoy, que conservo tres de esos tomos y los abro para recordar esas horas solitarias con las letras. Con los libros célebres me hice amigo de Cervantes, Shakespeare, Calderón de la Barca, Quevedo, Víctor Hugo, Julio Verne y muchos más.
A medida que pasaban los años, y aun niño, mi deseo de lectura aumentaba y mi padre me colaboraba con historietas o cómics que aparecían en cuadernillos (algunos de estos personajes sobreviven en esta época y otros desaparecieron. Los superhéroes permanecen, pero lo vaqueros pasaron a la historia). Todos los domingos los periódicos traían un suplemento que llamaban aventuras y eran series como Mandrake, El Fantasma, Tarzán y otros; también personajes cómicos como Lorenzo y Pepita, Pancho y Ramona, Copetín, un gamín bogotano y más.
A los doce años empecé mi secundaria interno en una Escuela Normal y allí cambiaron totalmente mis costumbres literarias, los compañeros mayores llevaban material prohibido, aun por la iglesia católica y a mis manos, ojos y mente llegó José María Vargas Vila, un renegado que estaba excomulgado y eso lo hacía atractivo para las mentes febriles juveniles, también leí los poetas malditos franceses (Rimbaud, Apollinaire, Mallarmé…), el norteamericano Oscar Wilde, uno de los preferidos por su lenguaje sexual y, casi lo olvido, el Marqués de Sade.
Pero, no todo era literatura prohibida y clandestina, el colegio contaba con una biblioteca que a mi me parecía inmensa y, con el paso de los años fui el poseedor de una casi igual de voluminosa. Los lectores éramos contados; los indisciplinados éramos privados de la salida los fines de semana y yo me distinguí los seis años por mal comportamiento, de manera que la biblioteca era mi celda de castigo; allí me encontré con los clásicos de todos los tiempos (hasta 1960) y mis preferidos fueron los rusos Tolstoi, Gorki, Gógol, Dostoyevski. No es que haya leído todas sus obras, algunas en resúmenes. También estaban los clásicos griegos y latinos y desde entonces me armé un sancocho literario en la cabeza que nunca pude ordenar, no sé si para bien o para mal.
Terminado el bachillerato pedagógico entré a trabajar como profesor de primaria y dueño de mi dinero me volví comprador compulsivo de libros; en Bogotá DC, la capital de Colombia, abundaban los puestos de venta de libros usados, a precios casi regalados, entonces cada mes, con buena parte del sueldo, compraba libros de todos los temas, por no decir géneros, y es que no solo llevaba literatura, también historia, sociología, astrología, esoterismo, bricolaje y cuanto podía encontrar escrito. Fue así como llegue a tener una de las bibliotecas más grandes de la pequeña ciudad donde vivía y presumía de ella. Pues si leía o más bien devoraba libros, uno o dos diarios, según el tamaño y el contenido. Eso unido a una buena memoria, me hacía ver como un erudito, pero yo era una enciclopedia a nivel bachillerato, a lo sumo.
Bueno, con los años y ya pensionado, decidí cambiar de ciudady como los libros pesan y hacen bulto empecé a regalar. Tenía la colección de MAGAZINES del Espectador y LECTURAS DOMINICALES de El Tiempo que obsequié con dolor a un amigo a quien suponía interesado en conservarlas; después supe por la esposa que los vendió por peso. Los siguientes regalos libros y textos escolares a los vecinos con hijos en edad escolar. Siguieron los menos importantes como novelas de vaqueros y de ciencia ficción que venían en edición de bolsillo; los ciento y pico de librillos que sacó COLCULTURA, revistas de diferentes temas y folletos…
Después de diez años vino otro traslado de ciudad con el consiguiente trasteo y regalo de libros. Esta vez a las bibliotecas de colegios y escuelas ya que en esta población no tuve casi amigos lectores. y en los últimos años, como decidí que la mayoría de libros ya no volvería a leerlos los doné a cárceles, universidades y bibliotecas. A las prisiones de Medellín, obsequié 250 textos por intermedio de una abogada. Hago esta publicación por ser hoy 23 de abril el día del libro y confieso que cada entrega era un dolor grande porque para los que amamos los libros y la lectura estos son como hijos y duele la separación.
Me queda la satisfacción de haber compartido literatura, ciencia, distracción, pasatiempos, manualidades y que los receptores de estas hojas impresas hayan disfrutado de la lectura y se enamoren de los libros como muchas otras personas y yo, que estoy compartiendo mi experiencia.
Felices horas de lectura les deseo.
Edgar Tarazona Angel