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Sólo me pregunto qué habrá sido de su vida. Maira, mi buen amor, se fue bajo el gris de una mañana de febrero del 2004, mientras yo le relataba por el camino que todo me iba bien y que jamás olvidaría nuestras risas en esa calurosa ciudad.

Ella me decía que tenía tantos planes, que estudiaría lejos y que apenas vendría de visita acá al pueblo, yo le deseaba lo mejor para la vida y desde su bicicleta se despidió, agitándome su mano. Maira nunca supo que en nuestra última caminata yo me moría por decirle que aún la amaba, que nada había superado, que la llevaba dentro, pero yo mismo le concedí la libertad a ella y ella a mí, porque las cadenas son egoístas y para ser egoístas bastan con los recuerdos. Yo me quedé mirándole mientras se marchaba para siempre, Maira la más hermosa de mis cosas imposibles, mi compañera y mi amante, de cabello negro largo y ojos rasgados, nunca más la volví a ver; le di rienda suelta al tiempo y nuestras alegrías quedaron muy atrás, porque me llegaron nuevas nostalgias y a ella nuevas sonrisas, porque la vida siguió para los dos por separado.

Más, sin embargo, yo le recuerdo hoy porque mi buen amor de tiempos mejores, como Maira lo fue, jamás se pudo comparar con otros en mi lista ni con la misma luna, porque la inocencia se acaba y el horizonte a las cinco de la tarde se pintó eternamente el color de sus mejillas, de mi Maira, mi amor inconcluso y mi amor para siempre.

Qué habrá sido de ella después de 16 febreros, ¿aún se acordaría de mí, Maira?...

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