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Una vez más estábamos allí acostados en la cama, por encima de las sábanas, con las cabezas apoyadas en la almohada, nuestras miradas cruzándose. En ese momento ella me murmuraba que tenía algo que decirme, por DIOS, sus ojos, se iluminaron de tal manera que podrían haber hecho sombra al sol, mientras una hermosa sonrisa jamás vista se reflejaba en ella, y entonces, me hablo de él, y de sus largas conversaciones, de sus noches sin dormir estando juntos, de su primera salida, de sus manos cálidas, de su risa, de todo lo que los unió, me dijo que estaba enamorada, que nunca había sentido algo igual, que era la mejor sensación del mundo. Ahí estaba yo, con el corazón haciéndose pedazos, con la comisura de los ojos llena de lágrimas atrapadas por mi orgullo, me moría lentamente pero seguía con una sonrisa en mi rostro, mientras un enorme nudo en mi garganta se desataba. Me preguntaba si alguna vez había sentido algo así, yo le respondía negando la cabeza, pero en mi mente la respuesta fue que sí, que a cada vez que ella me miraba y sonreía, un millón de sentimientos me invadían, que mis latidos nacían por su aliento, que me moría lentamente si no estaba a su lado. Y como es obvio, nunca se lo dije, nunca le dije que la necesitaba más que a mi próxima bocanada de aire, que la amaba, que quería una gran historia junto a ella.

No esperes que el tiempo avance sin decir lo que sientes hacia alguien, no dejen todo para lo último, recuerda que las personas van y vienen, pero no todas son suficientes como las que dejamos ir.

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