- Ya no te veía por esta ruta.
- Es para recordar los viejos tiempos.
- Hace tanto tiempo desde que dejamos de subir en la estación del metro Fray Servando.
Los ojos del oyente evidenciaban un cansancio acumulado en grandes ojeras; dormir no le interesaba, hace tiempo que en sus sueños veía la misma habitación, los mismos muebles, el mismo cuerpo propio; acostado se vislumbraba, despertando por un leve momento antes aparecer en otro lugar sumamente remoto.
- ¿Qué tal te ha ido?
- Bien, y a ti.
A la una de la mañana en la que un gallo le canta a un sol inexistente, aquella presencia vuelve a posarse a lado de la cama pidiendo silencio y compañía- el mundo de nosotros es frío y solitario-, escuchas su llanto postrero que arrastra viejas ataduras de un pasado incierto. Te interrumpe y no deja acabar las palabras, todo lo conoce hasta el punto de serle aburrido. Es cierto, no lo niego, no nos conocemos.
- No creí que pasará.
- Sucedió por una razón.
Deseo su partida tan pronto el sol amanezca, la amena charla me desespera al grado de olvidarla. La sombra se mantiene a mi lado, es fiel a la palabra e iría a cualquier lugar si yo se lo pidiese; ¡no la necesito!, entiéndelo. En un momento permanece inmóvil observándome, buscando lo que ella desea; agarra valor y sin previo aviso se marcha. En la noche se embarca sabiéndose despreciada por esta razón propia.
- Y el pigmeo.
- Ha de estar con su vieja.
Reclinado en el sillón, extendiendo el periódico, buscando la pagina del ayer que una vez coloque a espaldas tuyas para ver si venías.
- Hay que reunir a toda la banda de nuevo.
Hoy anuncian tú muerte- un obituario sencillo-, el diario perdió prestigio…
- No lo olvides.
- No lo olvidaré.
Cierro los ojos esperando encontrarte a la una de la madrugada, siendo como siempre lo fuiste…
- Hasta luego.