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Aun veo retratada en la ventana el rastro nebuloso de mi última respiración y el pequeño esbozo de rosa que dibujé para ti. Poco a poco se diluye en pequeñas gotas que caen sobre el vidrio. Lágrimas de consecuencia... soy yo que me derrito.

Mi alma te llama, mi inconciencia te rechaza, pero la infinita melancolía de ti me tiene atornillado al suelo.

Suspiro y con otro pensamiento puesto en ti decido salir.

El azul del cielo y este sol en pleno que se levanta en el horizonte son tan falsos como mi sonrisa, el frio del ambiente (escarchado de viento) me atenza la piel descubierta de las manos y el rostro.

No quiero que nadie me note, no quiero notarme a mi mismo, pero el vaho que sale de mi boca me delata. Soplo de vida, aliento. Algo que existe mas allá de mi consentimiento.

Camino por las calles donde el ritmo de la mañana va tomando forma y ruido. Poco a poco las aceras se van llenando de gente que sale presurosa a luchar el día. Todos llevan ropas pesadas y calientes. El invierno ha llegado y ni el azul cielo y ese sol casi blanco que lo inunda lo pueden detener.

La pequeña tienda de recuerdos abre sus puertas poco a poco y la veo mientras me acerco. Me detengo a una distancia prudente y espero un poco hasta que todo quede listo. Ritual de todos los días la manera en que la dependiente coloca cada uno de sus artículos allí en la puerta, el estante de tarjetas cursis a un costado, adornado de alegres globos de colores chillones y cintas mas coloridas aun que caen por los costados. Una fiesta visual llamativa para tentar a los transeuntes que viajan por la calle a que se detengan un momento allí.

Al otro costado de la puerta está otro estante con un zoológico de muñecos de peluche con ojos grandes y sonrisas de felpa. Suaves y sedosos al tacto, adornados con collares de corazones que tienen estampados el logo de la tienda en la parte de atras para no romper el encanto.

La puerta queda sola despues que todo está en su sitio. Me acerco.

Camino directamente primero a los peluches. Los miro y los disfruto, casi todos están allí (mas bien los gemelos de los que llevé en el transcurso de este tiempo), contándome la misma historia, mi misma historia.

Siempre el favorito fue ese pequeño conejo blanco de dientes grandes y saltones, con un hocico rosado, con cachetes regordetes, mirada algo tristona y orejas gigantes que caen por el costado mas allá de su afelpada espalda.

Un poco mas abajo está el pequeño tigre, hocico blanco, grandes bigotes, cuerpo de sol y noche adornado de franjas gruesas, garras redondas que agarran un corazón rojo qe dice "te quiero". Sentado en sus cuartos traseros, sus patitas tienen pequeñas garritas que coronan otros dos pequeños corazones.

Tomo el conejo y el tigre y giro hacia el estante de tarjetas y globos.

Colección de figuras brillantes en tapas de caricaturas almidonadas de sonrisas, de flores, de miradas, de letras estrambóticas con mensajes que quieren ser dulces, seguro lo son, pero no para mi.

Suspiro y tomo la que tiene una pareja de osos de caricatura abrazados, mirándose a los ojos y con una media sonrisa en los labios. No tiene mensaje, solo unos corazones rojos que sobresalen. Perfecto para mi.

El viento frio arrecia de pronto y todo se mueve, caen algunas de las tarjetas golpeadas por los globos que acaban de ser zarandeados por ese viento que corta.

Sale la dependienta y le hago espacio para que arregle el pequeño desastre, le muestro lo escogido y luego de recibir una bolsa donde ponerlos me retiro.

No tengo casi dinero en el bolsillo, pero ya me las arreglaré a la hora que pique el hambre, me quedan algunos cigarrillos y el encendedor tiene gas hasta la mitad, no hay porqué preocuparse, el hambre muere con la nicotina y el frio se contraresta con el humo caliente que saco con cada bocanada (me han dicho que eso es solo una impresión, pero que va, a mi me funciona).

Camino un poco mas hasta llegar a una pequeña plazoleta circular donde apenas hay dos bancas de madera y ningún árbol, un poco de pasto amarillento y nada mas. Veo todo con ojos de primavera para recordar lo florido que se pone en esas fechas, pero hoy no, el frio no deja espacio a los recuerdos.

Me siento en una de esas bancas y saco de la bolsa lo que compré.

El conejo y el tigre me miran dulces y sonrientes. Los coloco a mi lado y tomo la tarjeta. Tengo los dedos entumecidos, enciendo un cigarrillo y caliento un poco mis manos con mi aliento y el humo.

Es hora de dejar mi mensaje en la tarjeta de osos.

Abro la tarjeta y miro el espacio vacío. Tan vacío como yo mismo. Tengo la impresión que escribir algo ahí es una herejia, ese espacio fue reservado para palabras tiernas, cálidas, dulces... cursis.

Me quedo mirando, con el cigarrillo entre los labios, con el viento arremolinando mis cabellos como gélida caricia. Pasa el tiempo sin atreverme a moverme, en el espacio vacío mis recuerdos han traido su rostro adornado con una sonrisa. Me quedo mirándolo como si en realidad estuviera allí. Rostro de antaño, congelado en el tiempo de mi memoria.

El cigarrillo se a apagado en mis labios. El viento arrecia un poco y me trae a la realidad, el rostro desaparece, tomo el lapicero que traigo en el bolsillo y solo escribo: "Aun te espero".

Cierro la tarjeta, tomo los peluches y con todo a cuestas regreso a mi habitación.

Al llegar entro a ese espacio que fue tuyo (que fue nuestro) y coloco los peluches y la tarjeta junto a los otros que he ido reuniendo todos estos años.

Casi ya llenan toda la pared.

Otra mañana de invierno de la fecha que dije que me reuniría contigo, pero no lo conseguí, no hice las cosas bien y nunca pude partir. 

El tiempo y mi culpa hacen ahora de muralla y cadena.

Pero en esta mañana de invierno, como todos los años, como todos los dias, solo se que aun te espero...

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