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Aún en medio de la sinrazón, todo en la vida tiene su razón de ser.  Muchas veces la vida en medio de la cotidianidad nos lleva a unas experiencias tan inolvidables, como inapetecibles, que indican a gritos que la riqueza de la vida navega en la plena certeza de su absoluta incertidumbre.  Ergo, hay rutinas que coinciden y nos dejan sorpresas que confunden.

Como es su rutina diaria, después de cumplir su jornada laboral, un médico bogotano sale de la clínica en horas de la noche para ir a su casa; cruza un solitario puente.  De repente este hombre comprometido con la vida y acostumbrado a defender la del prójimo, se ve forzado a proteger la propia cuando su sendero rutinario coincide con el de tres hombres adultos habituados a exponer la suya, su vida, en un juego macabro del cual han resultado siempre ganadores… hasta que la maliciosa vida confronta estos hábitos, estas dos costumbres tan opuestas entre sí, en un fatídico encuentro que nos deja cuatro perdedores luego de que el médico debilitado por  heridas de puñal y golpes con la cacha de un arma de fuego recibidos, saca su revólver y dispara a la humanidad de los tres hombres que hoy compartieron su sendero… sí, los tres dejaron su vida en manos de quien la cuida y la defiende a “toda costa”…

Todo tipo de argumentos jurídicos y emocionales se manifestaron en defensa de la actitud del profesional.  Desde luego toda la sociedad colombiana se solidarizó con el médico bajo la premisa de que “cualquiera en su lugar habría hecho lo mismo”… yo también.

Es evidente que yo también tomo partido del lado del médico; queda claro pues mi apoyo y respaldo incondicional para con este hombre ante la dura prueba que le ha tocado sortear; no obstante, no encuentro MI respuesta a una pregunta hipotética que nos hicimos todos buscando la defensa del médico.

¿Qué habría pasado si este médico no portara esa arma?

La única respuesta que se nos ocurrió fue “el muerto habría sido el médico”…  ¡Tal vez!

En medio de mi incesante pensadera y validando esta posibilidad, se me ocurre otra igual de incierta: “tampoco habría sucedido el asalto”…  ¡Quizás!

Quién sabe…  no lo sabemos; jamás sabremos a ciencia cierta: ¡qué sentido tiene semejante sinsentido…, cuál es la razón de tamaña sinrazón…!. 

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