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UN AMOR QUE PUDO SER

Richard enciende un cigarrillo, y su destello ilumina su rostro juvenil, lleno de coraje. Con apenas veinte años, imagina el amor en su vida, lo sueña de día y de noche mientras espera al salir de su clase de baile.

La noche tiñe la ciudad de Nueva York con un manto oscuro, iluminado pálidamente por las estrellas en un cielo diáfano. El invierno se hace sentir y Richard ajusta su abrigo en el cuello mientras observa la puerta, aguardando la silueta de Elizabeth y con ella, toda su felicidad.

Todas las noches la espera afuera del edificio mientras ella practica danza clásica, soñando con ser una gran bailarina de ballet. Su suave cabello dorado y sus penetrantes ojos azules le perforaron el corazón desde muy joven, casi niños. Elizabeth era su vecina, jugaban juntos todas las tardes, y de la inocencia pasaron a la madurez, surgiendo el amor lentamente pero con fuerza.

Richard le había prometido que muy pronto ganaría lo suficiente como para vivir juntos, a pesar de su magro sueldo como repartidor de pizzas. La estrechez económica siempre fue un obstáculo en sus vidas, un muro infranqueable. Aunque Elizabeth no le exigía nada, él se sentía obligado a darle una buena vida, como la que siempre estuvo acostumbrada.

Una noche, entró en el salón donde ella ensayaba. Elizabeth se desplazaba con dulzura y elasticidad, parecía flotar en el aire. Sus movimientos sublimes expresaban amor, odio, pasión, rencor, todo lo que tratara la obra que interpretara. Se quedó paralizado de amor y admiración. No comprendía como una mujer tan bella se había fijado en él.

Nunca quiso concurrir al teatro, cuando actuaba para el público. No se sentía a gusto con tanta gente que la observara y deseara. Richard se sentía celoso: lo reconoció una vez. Solo la quería para él. Por eso, la observaba en el conservatorio, cuando practicaba sus rutinas. En ese momento le pertenecía por completo, incluso se sentía elevarse con ella en un vals misterioso, eterno y lleno de amor.

El frío se intensifica. Richard observa el reloj y ve que ya es hora de que Elizabeth salga de su rutina. El dolor en el abdomen es profundo. La bala ha atravesado órganos importantes, se desangra. Se arrodilla porque sus piernas lo vencen. Tira el cigarrillo, su respiración es dificultosa. Apoya su espalda en la gélida pared, solo puede observar a través de sus piernas, acostado en el suelo, la salida de Elizabeth.

El tiempo apremia. Los latidos de su corazón se han desbocado, la sangre es profusa, pero la oculta con su abrigo. A su lado, un bolso lleno de dólares, el botín del crimen que ha cometido: un asalto a una compañía financiera. Algo salió mal y el destino se frustró. Un enfrentamiento con los guardias logró cercenar sus planes.

Quiso darle el universo, poner el mundo a sus pies, pero solo logró ofrecerle un futuro con dinero espurio. No le queda mucho tiempo. Solo desea vivir lo suficiente para darle ese bolso que comprará su futuro, tal vez en el ballet de Moscú. No lo planeó así, pero salió así.

Por fin, Elizabeth se visualiza. Camina prontamente hacia él, presagiando algo malo. ― ¿Qué te pasa, mi amor? ¿Por qué estás recostado en el piso?  ―No hay tiempo, toma el bolso y promete que no lo devolverás, y lo usarás para tus sueños.

Elizabeth comienza a sollozar, tiembla, no entiende lo que pasa. ¿Por qué Richard habla así? ¿Qué ha pasado?

― ¡Si me amas de verdad, toma el bolso y vete!  ―le grita con tanta furia y al mismo tiempo piedad, que la sorprende.

― ¿Qué ha pasado? ―insiste ella.

Richard ya casi no puede respirar, está a punto de desmayarse por las heridas. No puede explicarle todo. Ella intuye que algo grave ha pasado.

― Tómalo, por favor, y vete ―le implora con un hilo de voz.

Elizabeth se queda paralizada. Le acaricia el rostro y le repite una y otra vez:

― ¿Qué ha pasado, mi amor? ―Lentamente, Richard cierra los ojos, y las sombras de la noche reclaman su alma y su vida. El llanto de Elizabeth es descontrolado, no puede creerlo. Abraza su cuerpo y se queda junto a él.

Al cabo de unos minutos, la policía llega y todo se esclarece. Ella se entera de lo que hizo. Su desazón no tiene consuelo. Algo en ella ha muerto con él. no tomó el dinero, por supuesto, ella solo lo quería a él.

Elizabeth llegó a ser una gran bailarina de ballet en Nueva York y viajó por todo el mundo. Fue reconocida mundialmente. Con los años, conoció a quien fue su esposo y tuvo dos hijos, pero jamás olvidó a Richard y lo que pudo ser.

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