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Por temor a la muerte se ama la vida (“Seguiré viviendo” 13a. entrega)  

El término tiene, Joaquín, variadas acepciones. Creo que se prostituye todo aquello que adultera o degrada su fin en pos de un interés que le es ajeno. El sexo como proveedor de placer pervierte su finalidad cuando se aparta de la satisfacción de los deseos carnales. Por eso me arriesgo a afirmar que actúan como las meretrices, las mujeres que se entregan al marido por obligación y sin placer alguno.

–¡Qué sofisma! Una tergiversación magnífica en que la virtuosa termina siendo menos que la arpía. La llamaré la hipótesis de la esposa-prostituta.

–Más bien diría una paradoja formidable, porque el argumento no es mentira.

–Habrá quienes lo nieguen, pero yo lo acepto. De por sí me irritan las mujeres que no se deleitan con lo carnal, y lo practican. Es un engaño que las prostitutas jamás gozan el sexo; de pronto las entretiene más que a las casadas.

–Volviendo al tema –dijo José–, la mala fama la cargan las que a cambio de marido tienen clientes, pero de tiempo inmemorial la mujer se ha ofrecido al hombre con tal que la sostenga.

–Por milenios las casadas han encontrado techo y comida como pago a sus favores.

–Aún hoy las mujeres sin medios para sostenerse se prostituyen en el matrimonio.

–¡Algo tiene de burdel la sagrada institución del matrimonio!

Allí estaban Joaquín y José poniendo a la moral en aprietos, haciéndola sonrojar como en sus años mozos. Porque tratándose de insolencias, nadie para alentar a José como Joaquín. Cuando los dos se juntaban todo era cuestionable, las verdades vacilaban, la irreverencia campeaba, se esfumaba lo absoluto Era la sinergia de sus pensamientos en un complot contra lo establecido. Era la antípoda de los encuentros con el cura Javier, marcados por la contradicción y la prudencia. Cuando José sentía llegar a Joaquín se relajaba, se olvidaba de la formalidad y se disponía a lidiar y a gozar con lo mundano. Pero si Joaquín bajaba a José del olimpo de su compostura, José forzaba a Joaquín a ponerle seso a sus intervenciones.

–La mujer cohibida por la sociedad –siguió José–, ha sido alentada por opciones que atentan contra su dignidad. Es reconfortante que cada día haya más mujeres profesionales, dueñas de su destino, que no tienen que aceptar una unión en inferioridad de condiciones.

–Aun a costa de nuestras conquistas –se lamentó Joaquín–, porque una mujer necesitada es una presa fácil.

–Si nos oyeran dirían que somos cínicos.

–Cínicos y machistas –sentenció Joaquín.

–Sin embargo, no las estamos infamando. Venderse fue para la mujer un mecanismo de defensa, una estrategia para sobrevivir.

–¡Están exoneradas! No culpamos a las mujeres porque tengan que vivir del hombre. Hasta inconsciente ha de ser esa costumbre.

–Qué usen su sexualidad para atraparnos me parece un juego delicioso –sentenció José–; que lo aceptemos a sabiendas de que lo hacen por necesidad y con disgusto, parece reprobable.

–Gústenos o no, ellas siempre podrán compensar la desigualdad con sus encantos. ¡Déjalas que se valgan de nuestra debilidad incapaz de resistir sus atractivos! No dirás que las feministas te pusieron de su lado.

–Ellas son el otro extremo del cordel, y el menos agradable. Son mujeres en pugna permanente. Arrasaron con la feminidad y el arquetipo tierno. Yo, Joaquín, defiendo el derecho de la mujer a la igualdad, pero en armonía permanente con el hombre, nunca la rivalidad entre lo sexos.

–Pues yo me erizo al verlas. Como alguien dijera comparando al hombre con su perro, entre más feministas conozco, más quiero a las rameras.

 

José alcanzó a intranquilizarse. Inspeccionó su alrededor y comprobó que estaban solos. No le hubiera gustado que se oyera tamaño despropósito, aunque a decir verdad, algo en ese parecer lo divertía.

Joaquín siguió:

–En serio, más devoción siento por ellas, que por esos engendros seudofemeninos que le muestran al hombre animosidad y repulsión. Las prostitutas al menos nos muestran simpatía. ¡Qué pesar!, porque las feministas hasta fenotipo femenino tienen; algunas hasta mujeres me parecen.

–Tu mordacidad da cuenta del punto al que conduce tan tonto enfrentamiento. Esos movimientos crean un contrapunteo contraproducente con el hombre. Yo no acepto que las conquistas deban verse como cuestión de género. Bastantes méritos tienen las mujeres para andar mendigando unos derechos. Quien es digno de un reconocimiento debe recibirlo sin importar su sexo. Pero las feministas sueñan con cómodas conquistas, asegurando cuotas exclusivas en empresas y en corporaciones públicas para eludir su concurso con el hombre, cual si las mujeres no fueran competentes. Los privilegios entre iguales a más de absurdos son odiosos. Si en verdad creemos que son iguales el hombre y la mujer, lo que tenemos que imponer es la justicia, y no unas cuotas que toman en consideración los genitales.

–A las feministas no hay logro que las sacie. Y como no faltan los pusilánimes que les siguen la corriente, habrás de ver que tanta contemplación con la mujer, dizque discriminada, llevará a los hombres a un estado más lamentable que el que vivieron ellas cuando de verdad estuvieron sojuzgadas.

El descuido en la afirmación fue imperceptible, pero lo hizo enmudecer cuando se percató de su imprudencia. Era que apenas se estaba acostumbrando al cáncer de su amigo, y su extroversión no llegaba al extremo de involucrar el tema entre sus ligerezas. Pero si no hubiera sido por su mutismo, José se hubiera quedado sin advertir el lapsus.

–Claro que nada habré de ver –dijo José con la certeza de que la validez de esa premonición no la confirmaría.

Los diálogos con los años poco habían cambiado, ni el envejecimiento ni la enfermedad habían apartado a la mujer y a la sensualidad del centro de sus conversaciones. Aún quedaba un remanente importante de los ímpetus de la juventud, que los hacía persistir entre pícaros y filosóficos en la temática de siempre. Se regocijaban con la evocación de sus mejores experiencias, el plato fuerte de Joaquín; o teorizando y formulando hipótesis, la empresa predilecta de José.

–¿Qué pasaría si el placer no fuera la finalidad del sexo? –le preguntó José, al reanudar la charla.

–Que se arruinarían nuestros razonamientos.

–No me parece. Si así fuera, hace mucho se hubieran arruinado. Con todo lo que lo pondero, el placer apenas le sirve al sexo de carnada. Su verdadero propósito es multiplicar la especie. Porque si la reproducción fuera tarea sacrificada, la humanidad desde Adán se habría extinguido. El placer es inherente al sexo para que no se niegue la humanidad a perpetuarse.

–A buena hora el hombre desentrañó los misterios de la reproducción, le «hizo conejo» a la maternidad y siguió usando el placer en su provecho.

–¿No te parece una paradoja formidable: la genialidad del hombre al servicio del «despreciable instinto»?

–Nadie sabe para quien trabaja.

–Mucho trecho va del hombre primitivo al hombre culto. De aquél que copulaba por placer, sin imaginar que estaba procreando, al que posee el conocimiento para planificar su descendencia.

–Un decir apenas –afirmó Joaquín–, si nos atenemos a tanto embarazo indeseado.

–Increíble que los adelantos de la planificación no se aprovechen. Definitivamente los que engendran sin querer en poco se diferencian de las bestias.

 

Continuará…

El germen de la infidelidad (“Seguiré viviendo” 15a. entrega)

Luis María Murillo Sarmiento

 

Seguiré Viviendo“Seguiré viviendo”, con trazas de ensayo, es una novela de trescientas cuartillas sobre un moribundo que enfrenta su final con ánimo hedonista. El protagonista, que le niega a la muerte su destino trágico, dedica sus postreros días a repasar su vida, a reflexionar sobre el mundo y la existencia, a especular con la muerte, y ante todo, a hacer un juicio a todo lo visto y lo vivido.

Por su extensión será publicada por entregas con una periodicidad semanal.

http://luismmurillo.blogspot.com/ (Página de críticas y comentarios)

http://luismariamurillosarmiento.blogspot.com/ (Página literaria)

 

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