Ir a: Me rehúso a volver ("Seguiré viviendo" entrega 82)
Eleonora por reflejo se salía del cuarto cuando entraba personal asistencial a realizarle a su padre algún procedimiento. Prefería hacerlo por su propia iniciativa, mucho antes de que la invitaran a aguardar afuera. Lo hacían cuando lo bañaban, cuando le hacían la cama o lo mudaban de pijama, cuando le cambiaban la sonda, cuando lo trasfundían y en los momentos críticos ocasionados por el vómito, el dolor y la hemorragia.
Aquella vez una practicante en gesto solidario la acompañó a la sala y se sentó a su lado. Le contó que se llamaba Andrea, que estudiaba enfermería, que realizaba prácticas en medicina interna y que estaba a la espera de que llegara la instructora que debía asignarle sus labores. Le relató sus tropiezos para obtener en la universidad el cupo y resaltó la fuerza de su vocación que no cejó hasta conseguirlo. Eleonora por su parte le hizo un semblante de José, con el ánimo de que la estudiante conociera mejor al paciente que de pronto cuidaría esa noche. Primero fueron cuestiones generales, pero pronto pasó a detalles familiares y anecdóticos.
–Nunca se opuso abiertamente a mis noviazgos, aunque hubo muchachos que nunca le agradaron. Decía: «Indaga más, conócelo mejor, no vaya a ser yo el equivocado». Lanzaba así un mensaje casi subliminal, con el que podía agrietar de forma irremediable una relación que no valía la pena. Siempre con tacto conseguía lo que los padres no logran habitualmente con su intransigencia. No en vano en uno de sus apuntes más mordaces asegura que para inducir la separación de una pareja encaprichada hay que juntarla, porque la convivencia siempre obra en favor de la ruptura. Igual sostiene que nada es mejor que un amor imposible para que perdure y materializarlo para que se acabe. Por doquier hay en sus obras afirmaciones sarcásticas y confesiones insolentes, que tratándose del amor se multiplican. Indiferentes para un extraño, para mí son la manifestación de su desesperanza. Siento que sus sentencias también expresan algo de su desventura.
Andrea indagó entonces a qué se refería, y Eleonora cayendo en cuenta de que estaba revelando los asuntos privados de su padre le dio una explicación incoherente y le cambió de tema. Le contó que la libertad era para José el valor más importante, y que para ella se había convertido en primordial con el ejemplo. Se reservó que también había sido obra del autoritarismo de su madre, sin cuyas cohibiciones jamás hubiera confrontado la dicha de la libertad.
–No es absoluta porque siempre está condicionada.
Y parafraseando a su padre prosiguió:
–Aunque somos libres de elegir, las consecuencias de nuestras acciones limitan nuestra decisión y nuestra voluntad termina sometida. Pero demostraciones de que el hombre es libre las tenemos en todos sus excesos y en su comportamiento nocivo, que riñe con la moral, se enfrenta a la justicia o se expone a todo tipo de adversidades y castigos.
–También en el idealista, que se arriesga a sufrir por lo que sueña –dijo Andrea–.
Y fue el único momento en que intervino la estudiante, porque el discurso, en tono solemne, derivó en un soliloquio. Nada había por apuntar ante aquella amalgama monumental de admiración y afecto.
–En el hombre justo, dice papá, la libertad y la conciencia siempre juegan juntas. Pero también está el amor en el eje de su filosofía. El amor, según él, enaltece el comportamiento humano y atenúa la mortificación de nuestros sacrificios, modula el egoísmo innato del hombre, controla el impulso natural que hace prevalecer nuestro felicidad sobre el bienestar de los demás y hace que los sacrificios dejen de percibirse como tales. Y lo sintetiza en un axioma: «Quien actúa sin amor siente como tortura cuanto hace por sus semejantes, pero quien ama, no siente desazón por sus desvelos, sino placer en cada entrega».
Andrea, inhibida de atravesar palabra en el monólogo, encontró la excusa perfecta para despedirse cuando vio pasar a la enfermera que supervisaría su práctica. Se despidió de afán, y Eleonora sola con sus meditaciones, dirigió automáticamente sus pasos a la habitación, con la esperanza que la parafernalia de la transfusión ya hubiera terminado.
Ir a: Un final cercano ("Seguiré viviendo", entrega 84)
Luis María Murillo Sarmiento
“Seguiré viviendo” es una novela de trescientas cuartillas sobre la muerte. Un moribundo enfrenta su final con ánimo hedonista. El protagonista, que le niega a la muerte su destino trágico, dedica sus postreros días a repasar su vida, a reflexionar sobre el mundo y la existencia, a especular con la muerte, y ante todo, a hacer un juicio a lo visto y lo vivido.
Por su extensión se ha venido publicando por entregas.
http://luismariamurillosarmiento.blogspot.com/ (Página literaria)
http://luismmurillo.blogspot.com/ (Página de crítica y comentarios)
http://twitter.com/LuisMMurillo