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Para empezar quiero decir que esto de juguetes es una exageración y me refiero a las navidades de hace cincuenta años o más. Los regalos de noche buena eran zapatos, ropa y útiles escolares que le daban a uno por adelantado, en especial unas hermosas maletas de cuero que hoy son artículos de museo. Como casi todas las familias eran numerosas y las madres en su mayoría amas de casa pues esto de cuadrar regalos para estas fechas especiales era jodido para la mayoría de papás; hasta los ricos se quejaban, por lo menos en el nivel social y pueblo donde pasé mi infancia.

Por lo general los juguetes se limitaban a carritos de lata para los niños y muñecas para las niñas. Ojo, porque cuando al padre le iba bien agregaba pistolas de agua o de fulminantes y a las niñas unas estufitas de lata, también, con toda la batería de cocina en diminutivo. Estas también son piezas de museo y no vayan a pensar que eran estufas imitación de las eléctricas o a gas, nada de eso, como en todas las casas acomodadas había estufa de carbón mineral y leña pues así eran las estufas. En las viviendas de pobres tres piedras o un reverbero a base de petróleo.

Las famosas pistolas de fulminantes eran una réplica de las que salían en las películas de vaqueros y se cargaban con un rollito con puntos azules que eran totes en miniatura y reventaban al ser golpeados con un pequeño martillo del arma, con ellas jugábamos en los potreros  a “los apaches”; se formaban dos bandos y a echar plomo y matar enemigos… de mentiras claro está. Los niños más ricos recibían un triciclo que pasaba de hermano a hermano de mayor a menor hasta que el pequeño vehículo no soportaba más. También carritos de cuerda y trenes. Unos de lujo sólo existían en nuestra imaginación y los veíamos en las películas.

Las muñecas de las niñas eran igualitas. Se distinguían por el color del pelo y el vestido y porque algunas abrían y cerraban los ojos al inclinarlas. Un fabricante con visión de negocio sacó un hijuemadre muñeco que hizo historia llamado RICARDITO semejante a un bebé y que despertaba el sentido maternal de las niñas porque, óigase bien, por esos años los roles masculinos y femeninos estaban completamente demarcados con límites inquebrantables.

Un regalo exótico en mi pueblo era un balón de fútbol. Como quedaba en una loma con inclinación de 30 o más grados era muy difícil jugar este deporte y, más bien los muchachos más grandes preferían el basquetbol con pelotas prestadas por el cura y las niñas competían en voleibol en el colegio de las monjas. Pero nosotros nos ingeniábamos juguetes que hoy pueden parecer ridículos a mis lectores jóvenes  pero que harán suspirar a mis contemporáneos: el aro, sacado de una rueda de carro y que impulsábamos con un palito o con la mano; la coca, pero no la que ustedes piensan sino esa bola de madera con un hueco y un palo que debe ser ensartado en ese hueco; carros de ruedas de madera para competir en las bajadas con accidentes de verdad porque más de uno se peló los codos y las rodillas y alguno dejó algún diente contra el piso.

Los juguetes que no nos regalaban nuestros padres los hacíamos artesanales en lo posible y con latas de sardinas vacías se hacían carros con ruedas que salían de las tapas de gaseosa, y cocas con un palo y un tarrito de leche condensada, estos tarros también servían para teléfonos. Dos tarros y un hilo largo y listo, en cada extremo se ubicaba un niño y estábamos seguros que la voz se iba por el hilo; hoy creo que como gritábamos al hablar el otro oía sin necesidad de teléfono.

Olvidaba decir que en algún momento se puso de moda el hula hula, no sé cómo se llama hoy pero eran esos aros de colores que se usan para hacer ejercicio y que están hasta en la gimnasia olímpica, por todas partes veía uno a las niñas con los dichosos aros moviendo la cintura y más abajo. También, y antes de los famosos yoyos Russell de Cocacola, se jugaba con unos de madera made in Chiquinquirá.

Pues bien, ayer nos conformábamos con lo que podían darnos los progenitores y hoy los niños exigen y gritan por sus juguetes preferidos de una lista interminable. Y ¡ay! De que en Navidad no lleguen los juguetes que pidieron para ver una tragedia familiar. Antes los padres mandaban y eran obedecidos, aunque a veces se les iba la mano, hoy son obedientes a las órdenes de los mocosos y adolescentes. Éramos muy felices con nuestros regalos navideños y hoy ningún pendejo se conforma con lo que le dan porque siempre hay otro pendejo que tiene algo mejor.

 

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