El tren que pasa y se va
no vuelve y no volverá
a reencontrar al gris viajante con su viaje.
La vida pasa también
y dejará en el andén
la sensación de haber perdido su equipaje.
La nada de transcurrir,
de ver el tiempo morir,
no es más que el precio de las malas decisiones
El todo de recordar
no va su huella a borrar,
mas, de un zarpazo borrará las ilusiones.
El frío mata al calor,
el sueño invita al pavor
y a la sangría que ensombrece mi futuro.
No sé ni cuando perdí
al hombre bueno que fui
y hoy yace ajeno tras silencios tan oscuros.
La paz de la soledad
ha sepultado mi edad
y la apatía me consume paso a paso
De tanto dar me quedé
sin vida, anhelo ni fe,
sin nada más para entregar que mi fracaso.
He renunciado a sentir
es casi inútil latir
más que por ser lo que la sangre necesita
para obligarme a pensar
y sentenciarme a vagar
en la cornisa de las páginas no escritas.
Los versos pueden nacer,
los sueños pueden creer
pero despierto y otra vez ya no me siento.
Ya no hay promesas, no más.
Ya no hay ni un vuelo fugaz
que me devuelva la emoción ni el sentimiento.
A la deriva me voy
y en la tristeza que soy
hoy mi anaquel de amor y luz, de risa y canto
es un burdel sin color
mudo e inmune al dolor
la alegoría de un cruel viaje al desencanto.
Ya no pregunten por qué
mi mundo ha muerto de pie
teniendo tanto para dar de mi fortuna,
si tanta vida tendí,
si tanto beso que di
huérfano y pobre me dejó, sin sol ni luna