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Informaban de una pandemia que se extendía desde Centroamérica hasta el sur del Brasil, parecía que un extraño virus tropical que seguramente había mutado estaba fuera de control y cobraba la vida de su huésped en cuestión de días. Su contagio era irremediablemente mortal. Decían que sus victimas se contaban con siete dígitos. Recomendaban no viajar a estos países.

De África, aparte de las hambrunas por las largas sequías poco se informaba. ?El continente olvidado?, era vergonzoso que lo llamaran así. Nunca a nadie de otros continentes le importó aquella maravillosa tierra, donde nació la especie humana, según los antropólogos. Hoy en día, en estos difíciles tiempos afectaba aún menos lo que allá pasara, podía morir hasta el último de sus habitantes y el mundo desarrollado apenas si se conmovería.

De repente, unos bruscos golpes en la puerta de la casa la sacaron de sus cavilaciones.

-¡Abran, abran pronto! ?gritaba una voz masculina del otro lado.

Isaac corrió hacia la ventana. Impresionado, dijo:

-Son unos soldados.

 

3

Londres, Inglaterra, verano del 2014.

Inauguración de los XXX Juegos Olímpicos, dos años más tarde de la fecha original.

Se habían aplazado abruptamente las olimpiadas del 2012, ante la fatídica guerra en el Medio Oriente y tanta catástrofe ocasionada por la naturaleza. Ahora en un intento por la reconciliación y la paz mundial se celebraría la gran cita deportiva. Pero con menos de la mitad de los atletas esperados.

 

4

Charlotte, Carolina del Norte, verano del 2012.

Ethan dormía apoyando su cabeza en el regazo de su madre, mientras Isaac y su hermana mayor reposaban junto a su padre, un estudioso pastor bautista de línea conservadora con no pocos feligreses. No necesitaban cobijas, el inaguantable calor en el refugio militar de la Guardia Nacional a duras penas les permitía estar acostados sobre las colchonetas que les suministraron.

Ingresó de improviso al gran salón un fornido oficial con insignias de teniente coronel, escoltado por otros dos oficiales de menor jerarquía.

-Debo informarles ?tronó su voz-, que después del cruce de misiles nucleares entre Israel e Irán y Siria, los que borraron del mapa a Teherán, Damasco, Tel Aviv y Jerusalén?

Al escuchar la última ciudad estalló un creciente susurro de incredulidad entre los casi cinco mil ciudadanos que rodeaban al oficial.

-¡Entonces era cierto lo que murmuraban los soldados! ?Exclamó el reverendo, dirigiéndose a su esposa que abrazaba a sus hijos -Jerusalén ha sido destruida, se cumplió la profecía escrita?

-¡Silencio, silencio por favor! ?Vociferó el hosco teniente coronel, mientras alzaba sus grandes brazos. Cuando el rumor se apagó continuó:

-Ante el sorpresivo ataque a nuestro aliado Israel, el gobierno de los Estados Unidos de América ?pronunció con palabras marciales-, decidió desembarcar las fuerzas aerotransportadas para defender y rescatar a los sobrevivientes ante el infame posterior ataque de los ejércitos enemigos vecinos. Y Se les ha ordenado, en conjunto con las tropas israelíes, evacuar a todo ciudadano del Estado de Israel que hallen con vida. Se calcula que no sobrevivieron más de un millón? -de nuevo estalló el murmullo-. ¡Silencio, no lo repetiré! Así es, no más de un millón de israelíes, menos de la sexta parte de la población sobrevivió. También estoy perplejo ante las consecuencias de una absurda guerra con armas nucleares ?hizo una pausa. Agregó:

-A los sobrevivientes de las también afectadas Palestina, Jordania, Líbano, y por supuesto de Irán y Siria los más destruidos por la retaliación nuclear Israelí, que en total no superan los cinco millones, según estimativos preliminares, se les ha concedido refugio en Egipto y los países árabes y del norte de África, quienes se han mantenido neutrales en esta guerra suicida?

-¡Vaya al grano coronel, eso que tiene que ver con nosotros, estamos muy lejos! ?interpeló una sudorosa y gorda mujer que no ocultaba la irritación por el cansancio o por el calor y la incomodidad del refugio. Otros se le sumaron elevando igual demanda.

-¡Cállense! ?Ordenó extendiendo las manos un musculoso capitán afroamericano. Uno de los soldados se puso nervioso y desaseguró su fusil. El metálico sonido tuvo un efecto fulminante: el silencio fue tal que se oían hasta las respiraciones.

El teniente coronel miró a los ojos al soldado dudando entre reprenderlo o agradecerle. Optó por continuar hablando:

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