COMETA
Son buenos estos domingos. El suelo del andén quema los pies de mis amiguitos descalzos, mientras esperan de mi parte pedazos de hielo arrancados del congelador. 500 pesos vale la entrada al parque y a la piscina, pero apenas nos alcanza para mecatos de 50 pesos: chicles que vienen con tatuajes; y uno de mis niños ya tiene una colección de estos en su brazo derecho. Jugamos canicas en cualquier andén donde no haya cemento, y el que pierda paga con la suya. Mi mamá luego me manda a comprar libra y media de arroz para la comida, aprovecho para robarle una moneda. ¡Cómo quema este sol!, las señoras en sus casas parecen figuras semiderretidas desde sus ventanas, mientras espían el andar de este barrio. Es Julio y aún no hace tanto viento como en Agosto, pero desde ya se empiezan a hacer las cometas, la afición de elevar cometa, y luego yo, que apenas sé hacer farolitos con cintas de cassettes.
A 38°C del domingo por la tarde, hay mucho movimiento en este planeta. La gente pone sus equipos a todo volumen y muchos de ellos se arreglan para la noche. La noche y los bien vestidos, cabello mojado recién lavado y loción. Miro el calendario del 2005 para buscar la fecha de regreso a la escuela, que es en el mismo mes de mi cumpleaños, pero los cumpleaños son como días cualesquiera. "Enséñame a hacer cometa" le digo a uno de mis amiguitos, y él me saca un modelo de alguna cometa para que yo la replique, con palos que yo había recogido de la calle. Mi pequeño maestro luego saca de su pieza una cometa gigante, de su tamaño, haciéndome seña que la iríamos a elevar juntos.
Yo termino mi cometa y en la sala de mi casa hay botellas de cerveza casi vacías, había tiempo para el disfrute. Me salgo al andén con el suelo hirviendo y esos pequeños esqueletos están peleándose por un chicle y un pedazo de hielo, cuando en un buen momento de mi vida yo creí que estas cosas iban a durar para siempre.
***