Con la esquina del ojo derecho, Mario creyó ver a alguien que le hacia señas en medio de la muchedumbre. Al girar la cabeza, vio a un hombre agitando los brazos de un lado a otro y gritando algo indistinto. Mario hizo un esfuerzo por tratar de reconocerlo. Aunque le resultaba de algún modo familiar, ninguna asociación vino a su mente.
Asumiendo que quizás le hacia señas a alguien más, decidió ignorarlo y continuar mirando las pantallas. Segundos después, mientras estaba distraído con las imágenes, un nombre se le vino a la cabeza de forma intempestiva: Jairo Oviedo, su antiguo vecino.
Durante el tiempo en que habían vivido en la misma unidad, Jairo siempre se había mostrado muy amistoso con él y con su esposa. Sin embargo, y por alguna razón en la que Mario nunca se había detenido a pensar, la relación nunca había ido más allá de charlas espontáneas en la calle, y alguna que otra cerveza en la tienda de la esquina.
Mario sintió una extraña sensación de vergüenza por no haberlo reconocido. En lugar de tratar de buscar a Jairo, se sintió impelido a no despegar la vista de las pantallas. No se atrevía a volver a mirar en aquella dirección.
A pesar de que eran casi las tres de la tarde, el calor no había amainado. Un sol picante, tan característico de los primeros meses del año, había comenzado a calentar la ciudad desde muy temprano. En el cielo azul oscuro no se veían nubes, sólo aviones cruzando de un lado a otro. Así supo Mario que la que la noche que se avecinaba sería muy fría.
Alguien tocó su hombro un par de veces. Al darse vuelta se encontró con un hombre sonriente. Iba vestido con camisa blanca, pantalón de sudadera gris y una gorra roja. Era su antiguo vecino.
—¡Jairo! —Exclamó Mario con fingida sorpresa—. Esto si es un milagro. ¡Cuánto tiempo sin vernos!
—¡Un montón! —Contestó Jairo con genuina emoción—. Desde que ustedes se fueron de la unidad, hace casi cinco años. No se como logre reconocerte entre tanta gente. Te estuve haciendo señas pero creo que no me viste.
—¿En serio? Bueno, con toda esta locura es difícil ver más allá de la propia nariz. Mira esto: gente moviéndose por todas partes, vendedores ambulantes, niños jugando. Nunca creí que un debate pudiera llamar tanto la atención. Me sorprende encontrarte en un lugar así. ¿Desde cuándo te interesa la política?
Jairo dejo de apretar la mano de Mario y se ajustó la gorra.
—Je, Je. Tienes razón en sorprenderte. Siempre me he declarado como un apolítico. Es más, pienso que el sistema es una farsa, y que todos los políticos son iguales. Lo que pasa es que estaba un poco aburrido en casa, y ahora que ponen estas pantallas en el parque para ver los debates me dije: ¿por qué no salir a tomar un poco de aire y ver la gente pasar? Pero cuéntame de tu vida, Mario. ¿Todavía estás viviendo con tu esposa en Chapinero?
—No, ya nos mudamos de ahí también pues el sector se estaba volviendo muy malo. Se escuchaba de robos casi todas las semanas. Nos fuimos a vivir a una casa hacia el norte, en Usaquen. Ahora pagamos una renta un poco más cara, pero se vive con más tranquilidad. ¿Qué hay de ti?, ¿aún vives en la misma casa?
—La misma —contestó Jairo de inmediato con un cierto toque de orgullo—. Se necesitaría una catástrofe para sacarme de allá. Me encanta esa casa; queda cerca de todo y tengo espacio de sobra para mis artesanías. Es más, el otro día…espera un momento. ¿Qué hacemos hablando aquí? Vamos a tomarnos unas cervezas y así nos ponemos al día Conozco un sitio buenísimo, allí como a cinco cuadras.
—De acuerdo, pero esperemos hasta el final del debate. Realmente quiero ver quien va a ganar.
—Como si eso hiciera alguna diferencia. ¡Ja! No me hagas esa cara, si lo digo en broma. Yo también tengo cierta curiosidad por saber como termina. A propósito, ¿a cual de los candidatos le estas haciendo fuerza?
Mario tuvo que moverse un poco para dejar pasar a un vendedor de helados que empujaba su carrito mientras gritaba de forma mecánica los nombre de los diferentes sabores a la venta.
—Le estoy haciendo fuerza a Morales —contestó Mario elevando el tono de su voz para hacerse escuchar a pesar de los gritos del vendedor—. No es que piense que sea la gran maravilla, sólo me parece el menos malo. No quisiera ver a Llorente en la alcaldía. Ni siquiera tiene cara de alcalde.
—¿Cómo así? ¿Ahora escoges a tus candidatos por la cara?
—No, no es eso —Mario parecía animado—. Es como cuando en los noticieros muestran a fulano de tal y dicen que es un presidenciable….
—¿Un que?
—Un presidenciable. Un tipo que podría lanzarse como candidato a la presidencia.
—Ahhh.
—Entonces tu miras al tipo y dices: “Este no tiene lo que se necesita para ser presidente”. Es lo mismo, cuando veo a Llorente me digo a mi mismo: no veo a este tipo sentado en la alcaldía lidiando con todos los problemas de esta ciudad. No tiene cara de alcalde, si acaso de secretario de algo.
—Bueno, pero déjame decirte que Morales no la tiene nada fácil. No es que yo sea fanático de Llorente; a mi la verdad me da igual quien gane. Pero hay que reconocer que Llorente ha venido ganado todos sus debates con mucha facilidad. Tienes que admitir que es un candidato muy fuerte.
—Eso puede ser cierto —admitió Mario haciendo movimientos excesivos con las manos—. Pero hay que mirar a los candidatos a los que derrotó. ¿Quiénes eran? Yo te lo diré: pequeños funcionarios públicos desconocidos más allá de sus propias localidades y sin grandes patrocinadores. En una palabra: muy débiles. Ahora, Morales es otra historia. Es un tipo contundente, con experiencia en esta clase de escenarios. Además la gente lo adora.
—No todos —se apresuro a decir Jairo—. Algunos piensas que le gusta jugar sucio. ¿Recuerdas lo del debate de las elecciones pasadas?