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Sopló un viento fresco desde el norte, justo cuando Anahan saltó desde el techo de la pequeña casa de piedra, corrió a lo largo de la callejuela rápidamente y se escondió detrás de las únicas matas espinosas que bordeaban las ruinas de la antigua muralla. Allí permaneció inmóvil, hasta que oscureció por completo. Rogaba no ser visto por los soldados que en su persecución, pasaron junto a él. Tenía hambre, pero la imperiosa necesidad de alcanzar las colinas antes del amanecer, lo hicieron apurar el paso sin pensar demasiado en eso.

Dos horas mas tarde, habiendo recorrido la distancia que separaba la ultima casa del pueblo y el camino que salía hacia oriente, se sintió finalmente tranquilo y presintió que para el alba estaría demasiado lejos y fuera del alcance de sus perseguidores. Fue entonces cuando decidió sentarse un momento, para recobrar el aliento antes de seguir adelante.

Abrió su morral y saco de el un pequeño trozo de lienzo que utilizo para vendarse la herida de la pierna. Luego se recostó en una roca prominente, que en la oscuridad, semejaba la joroba de un dromedario descansando. Cerró los ojos un instante y creyó haber quedado dormido.

De pronto sintió un puntazo sobre las costillas que lo obligo a ponerse en pie de un solo salto. Eran los soldados.  Lo tomaron por ambos brazos y obligándolo a ponerse de rodillas, se dispusieron a maniatarlo. Pero Anahan que era hábil  y muy veloz, tomo el puñal de Bagdad de su cintura y arremetió contra uno de ellos, propinándole una profunda cortada primero y rematándolo enseguida con una certera puñalada en el corazón.

Mas su osadía y su fuerza no fueron suficientes, y otro de los soldados le descargo un mazazo que lo dejo sin sentido, cayendo estrepitosamente contra el suelo. Varias horas habían pasado cuando despertó, o más bien, lo despertaron, volcándole un cubo de agua fría sobre la cara. Se encontraba acostado boca arriba sobre un lecho de piedra, en un recinto oscuro que reconoció inmediatamente, pues ya había estado allí antes. El soldado que lo despertó se  hecho a reír y, girando la cabeza, le  grito a su colega: -sigue vivo, te lo dije- luego dándole una ligera patada se fue, cerrando la reja tras de si.

Anahan sabía lo que seguiría, también sabia muy bien lo grave de su situación por haber matado un soldado romano y además sabia que el reloj de arena que marcaba la cuenta regresiva hacia su ejecución, ya había sido dado vuelta.

El dolor de su pierna herida retorno, junto con el otro dolor causado por el golpe que recibió en la nuca. Estos, junto al hambre que ya comenzaba a ser insoportable, lo hicieron sentir como una rata acorralada por el fuego, y su única preocupación paso a ser la de encontrar la forma de escapar lo antes posible. Se puso de pie y recorrió con la mirada el entorno de su celda. Era una de las áreas destinadas para delincuentes a ser juzgados, en la cárcel de las afueras de Hebron. Allí había reos provenientes de Berseba, de Lida, de Emaus, de Betlehem y hasta de Sebastes, fueran ladrones, asesinos o traidores. Juntábanse en pequeños grupos y se apretaban contra los rincones húmedos y oscuros de los calabozos. Casi todos ellos ya habían sido azotados, fueran o no culpables, y las cicatrices en sus espaldas y brazos solían estar infectadas por la suciedad. Otros no paraban de lamentarse a causa del terror que les producía la agonía de saberse perdidos. Uno de ellos, ataviado con una sucia tunica de color gris, se acerco a el tambaleándose, con su mano diestra extendida y su mirada de moribundo que suplica ayuda.

-soy Nadab, hijo de Seiu  y te he visto antes- dijo con voz apenas perceptible.

-Nadab dices?- replico Anahan desconfiado. - no te conozco-

No podía darse el lujo de perder tiempo conversando con viejos conocidos, y este hombre casi lo había visto crecer, y había sido además testigo de varias de sus fechorías, pero el joven fingió no recordar nada. Camino hasta el final de la enorme celda, y se pego a una esquina oscura junto a la reja que servia de puerta. El sabía que pronto vendrían a buscarlo para escuchar su sentencia, y esa seria su única oportunidad de escapar. Allí paso las siguientes horas, mientras veía como los últimos rayos de sol se colaban por una pequeña ventana justo frente a el, esperando pacientemente a que se abriera la reja, escuchando el canto de sus tripas que suplicaban un pedazo de pan.

Y el momento llego. Fue el mismo soldado que le volcó el cubo de agua en el rostro, quien regreso para llevarlo a rendir cuentas, no solo por el asesinato del guardia durante su captura, sino también por la larga lista de robos por los que era bien conocido en toda Judea.

Anahan respiro profundamente pegando su espalda al muro aun más fuertemente que antes, y apenas el esbelto soldado paso junto a el, lo tomo por sorpresa rodeando su cuello con toda la fuerza que aun le restaba a su brazo. Luego, con un movimiento largamente calculado, le arrebato su espada y le corto la garganta, arrastrándolo luego para sacarlo del camino. Los reos que vieron toda aquella acción, se quedaron por unos segundos atónitos, hasta que de forma abrupta parecieron salir del agónico letargo en el que se encontraban y comenzaron a incorporarse para escapar de allí. Las condiciones eran favorables, pues ya la oscuridad inundaba el pasillo que conducía hasta la salida.

–Silencio- exclamo tomando el liderazgo del grupo. -Salgamos rápidamente pero recuerden que debe haber otros guardias esperando afuera. Una vez allí, sujétenlos mientras yo me encargo de ellos, y luego a correr-

El grupo siguió las órdenes de Anahan lo mejor que pudo. Salieron en fila silenciosa a través del pasillo y a su paso tomaron dos antorchas del muro para poder ver en aquella  oscuridad. Grande seria la sorpresa al llegar a la salida, pues eran demasiados los soldados, que al verlos, arremetieron contra ellos, dominándolos en breves momentos. No solo fueron obligados a retornar a la celda, sino que además los ataron por las muñecas y los tobillos.

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