El sol de medio día castiga la ciudad en este verano caluroso como ningún otro (como suele ser siempre en estos casos). Pablo camina apenas, cargando a cuestas sus 82 años de poco ejercicio y mucho humo. Sabe que no tiene porqué apresurarse, las prisas murieron hace mucho tiempo, cuando quedó viudo por culpa del covid.
Fue aún más duro acostumbrarse a estar sin ella, casi 60 años de matrimonio, una eternidad juntos, en su mente calcula que por lo menos los primeros 30 fueron grandiosos, los siguientes 10 se rompieron por culpa de una infidelidad (ella nunca le perdonó el desliz y él nunca le perdonó la venganza), fueron años tortuosos, de reproches y lejanías. La ruptura fue casi total, hasta hubo abogados, pero la tormenta terminó amainando y al calor de los hijos, los recuerdos y la familia los terminó por volver a unir, aunque ya no como antes.
10 años más de volverse a encontrar y volver a conocerse, de dejar enemistades y construirse de nuevo. Esos diez años se cimentaron en los recuerdos de los primeros treinta.
Los últimos casi 10 (faltaron unos meses para cumplir el 60 aniversario cuando ella se fue) fueron años indiferentes, años de costumbre, años de una vida asumida. Piensa si fueron años de amor y no lo sabe, solo sabe que ella parte de esa vida, parte importante, parte única. Pero terminó enfermando cuando todo empezaba y se apagó de pronto como un pajarillo en una campana.
5 años ya del suceso, le costó lo suyo convencer a sus dos hijos de que quería vivir en el geriátrico, ambos se peleaban la custodia, pero terminó imponiéndose y ahora vive allí, con otro montón de gente que no se habla nunca.
Su buena salud le permite hacer esos paseos meridianos, camina siempre cerca de una hora, aunque la distancia en realidad es corta, son sus pasos aun mas cortos y cansados lo que le añade tiempo a su paseo.
En realidad, solo le da una vuelta a un par de manzanas y una plaza, esa es toda se ruta.
Sus hijos terminaron migrando a otras ciudades en otros países, cosas del trabajo, sabe que están bien, a él no le falta nada y lo tratan como a un rey, cosas del dinero. A su pesar aprendió a usar redes sociales y hace video llamadas con sus hijos y nietos casi una vez por semana. todo muy normal.
Un día en uno de esos paseos de medio día, se dio cuenta que un perro vagabundo lo seguía, no estaba ni cerca ni lejos, pero se notaba que lo vigilaba, se paraba cuando él lo hacía y lo miraba casi de reojo meneando la cola.
Miró al perro un momento y se acercó a uno de esos botes de plástico que generalmente ponen en las esquinas y sirvió toda su pequeña botella de agua allí para probar si el perro se acercaba.
No lo hizo.
Se encogió de hombros y continuó su camino.
Al dia siguiente el perro lo esperó en el bote de agua.
De pronto se dio cuenta que tenía compañía y caminaba con él y sus cortos pasos hasta que lo dejaba en la puerta del geriátrico y lo vigilaba hasta que entraba.
Le puso el nombre de "olvidado" al perro, porque sabía que si le ponía otro nombre lo iba a olvidar.
Olvidado lo esperaba siempre en la acera de enfrente, cuando él salía cruzaba la calle y comenzaba a caminar a su lado.
Desde el primer día le comenzó a contar su vida, Olvidado parecía entenderlo porque meneaba la cola cuando él le contaba cosas graciosas y gruñía y ladraba cuando le contaba sobre sus penas de la vida.
Se sentaban en la plaza y Olvidado no lo dejaba solo, se sentaba a su lado y lo miraba como pidiéndole más historias. Nunca lo defraudaba, tenía tanto que contarle, tantos recuerdos que sacar de su cabeza, tantos dolores guardados que nunca supo cómo expresar. Olvidado lo escuchaba y gruñía, ladraba o movía la cola.
También solía acercarse y lamerle la mano cuando las historias lo quebraran. Al principio lo asustó, pero al sentir la húmeda caricia en su mano la ternura de ese amor incondicional lo llenó por completo y abrazó a Olvidado entre risas y llanto.
Pasado el tiempo se dio cuenta que sus pasos cada vez eran más cortos y se cansaba más pronto, Olvidado solía jalarle el pantalón de un mordisco para que descanse o busquen un asiento en la plaza.
En el geriátrico ya conocían de memoria a Olvidado, porque lo veían sentarse desde media mañana en la acera de enfrente esperando a su amigo.
Una mañana, Pablo sintió que las fuerzas lo abandonaban, no tenía ganas de nada, ni siquiera de salir a ver a su amigo de cuatro patas. Una de las asistentas se di0 cuenta y ya experta en el tema le preguntó si no quería comunicarse con su familia, Pablo sonrió triste, hacía meses que trataba de hacerlo, pero siempre estaban ocupados o directamente no le contestaban. suspiró triste y le dijo a la enfermera que el nombre del perro se lo había puesto así porque él se sentía así.
La enfermera buscó la tablet de Pablo, y la encontró sin energía, la enchufó para que se cargue y mientras tanto fue a hablar con la directora del lugar. Pablo tenía el tiempo contado, ella lo sabía, lo había visto en tatos otros durante sus años de servicio, un brillo especial en los ojos y un sudor imperceptible que perlaba las mejillas de sus pacientes eran como la antesala de la despedida.
Cuando regresó a la habitación de Pablo llevaba consigo a Olvidado caminando a su lado. El perro también pareció intuir lo que pasaba, se subió de un salto a la cama de Pablo y lo lengüeteó durante un buen rato, cosa que causó la risa de Pablo y abrazándolo le dijo:
"Muchacho, creo que se terminaron los paseos, pero no quiero que te quedes solo ni triste, este cuarto seguirá pagándose hasta que tú también partas y nos encontremos otra vez allí donde sea que nos vamos. Llegaste para paliar esta extraña soledad y has sido más amigo que muchos durante mis tantos años de vida, así que te dejo de herencia mi última morada".
Olvidado le lamía la mano y lo miraba con infinita dulzura. La enfermera solo atinó a dar un suspiro.
Sonó un breve campanazo y la tablet se encendió ya cargada, trató de comunicarse con su familia, pero nadie contestó.
"Ya lo intentaremos más tarde" le dijo a la enfermera, "ahora quiero dormir. ¿Puede quedarse Olvidado aquí conmigo?"-
-Claro que si don Pablo, lo que usted quiera - Contestó la enfermera y salió cerrando la puerta.
Fue una semana donde Pablo fue consumiéndose poco a poco, una semana que nadie contestaba, ni sus hijos ni sus nietos. Solo Olvidado permanecía a su lado casi sin moverse. Solo salía a hacer sus necesidades a la calle y luego volvía.
El último día, fue su hijo menor el que contestó al fin la llamada, se disculpó diciendo que hacía mucho que no usaba esa línea y que el trabajo lo tenía casi sin vida. Pablo le dijo que no se sentía bien, que si alcanzaba a venir lo más pronto posible a lo que su hijo le contestó que lo haría la semana próxima, que en esos días tenía muchas ocupaciones. Pablo no insistió y preguntándole un par de cosas banales se despidió de él.
Cuando colgó le pidió a la enfermera que lo contacte con su abogado, que quería dejar un documento como último deseo. La enfermera se comunicó con el abogado y este acudió a ver a Pablo apenas un par de horas después.
Pablo le dijo que todo lo que estaba en ese cuarto se quedaría tal como estaba y que ahí viviría su perro "Olvidado" hasta que él también muriese. Que quería que su cuerpo fuera cremado y que las cenizas se guardarían en esa habitación.
Una vez que Olvidado también partiese, las cenizas del perro y las suyas se mezclarían y se enviarían a donde cualquiera de sus familiares lo reclamase.
Sus hijos estaban obligados a pagar la habitación hasta que Olvidado muriese, era un favor que les pedía como padre.
El abogado redactó el papel, Pablo lo firmó y lo despachó luego para que terminase los trámites.
Pablo se abrazó a Olvidado y una lágrima triste corrió por su mejilla, la tablet había quedado en total silencio desde que él colgara, tenía la esperanza que cualquier momento sonara con la noticia que sus hijos iban a verlo. Nunca sucedió.
Cuando Pablo y Olvidado (que se quedó allí para siempre) se durmieron, la enfermera tomó la tablet y les envió un mensaje a los hijos de Pablo, les dijo que no le quedaba mucho y que harían bien en ir a verlo lo más pronto posible.
Nadie contestó.
Dos días después Olvidado despertó a todo el mundo con un gemido lastimero, acurrucado junto a Pablo le lamía la nariz sabiendo que ya no le contestaría.
Los hijos jamás llegaron, en el contrato de ingreso a la institución había una cláusula donde la institución se hacía cargo de las exequias según los deseos del cliente.
Cremaron a Pablo y pusieron la urna en su habitación.
Acondicionaron la misma para que Olvidado se quedara allí.
Olvidado paso a ser Olvi... y acompañó a todos durante mucho tiempo, hasta que un dia también partió. Amaneció frio, abrazado de la urna de Pablo.
Cremaron el cuerpo del perro y las cenizas las mezclaron con las de Pablo. Su nieta mayor reclamó las cenizas y se las enviaron junto con el último recuerdo de su abuelo, una fotografía de él junto a Olvidado, un dia antes de partir.
FIN