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        Como un verdadero misterio, en la sala de la casa de mi abuela, “la querida  Doña Petrona,” había colgado sobre una pared  un sable militar.-

  Nadie lo podía tocar, y todos aquellos chicos que teníamos la curiosidad de conocer su verdadera historia, teníamos que esperar a que la  abuela, nos cumpliera la promesa de revelar su misterio.-

  Ella,  una viejita muy coqueta con casi ochenta años, reflejaba en su rostro el paso del tiempo y su paz interior que muchos envidiábamos.  Con su blanca cabellera, lucía orgullosamente desde hace muchos años, el prolijo rodete que la identificaba.

  El sillón de mimbre era su lugar preferido, su tejido, y un aparato de radio que jamás entendió.- Estaba al cuidado de Blanca, una querida colaboradora, que se entregaba de lleno a los requerimientos de la anfitriona de la casa.-

  A los nietos nos encantaba escuchar sus historias de vida, no solamente de ella, sino de su padre y su abuelo, que muchas veces habían sido su referente en la vida.-

  Contaba ella, que su padre había venido muy joven desde España, quien trajo solamente la fuerza y las ganas de trabajar.- Los trabajos de campo forjaron en él un hombre de ley, donde la palabra era todo un documento.-

   Doña Petrona, tenía cinco hermanos varones y una mujer.- Su padre había logrado un pequeño capital, que sin mediar discusiones y discordias, los siete hermanos se dividieron en partes iguales, cuando él fallece.-

  Pero la mayor intriga era, ¿porque la abuela no dejaba tocar el sable?, cuidándolo como el tesoro mas preciado.

  Una tarde estábamos como siempre, rodeando su sillón escuchando su rico caudal de anécdotas, que muchas veces eran acompañadas con una cuota de humor, que terminaba en algarabía.- Pero esa tarde fue diferente. “Les voy a contar una historia que se van a sorprender”, dijo la abuela.

  Con voz pausada pero segura, se prestaba para comenzar a relatar aquel secreto, que durante tantos años guardó en su memoria.-

   Se hizo un silencio, una breve pausa, y nosotros atentos con la mirada fija puesta en su rostro, esperábamos con ansiedad el desarrollo de la historia.-

   “Mi abuelo se llamaba Pedro, español, de descendencia vasca, y desde muy pequeño cuidaba cabras, en la casa de campo que tenían sus padres”.- Continuando con voz pausaba. “¡No crean que la casa de campo era muy grande, y que tenían muchas cabras!; se las voy a describir, como me la contó mi padre”.

   “En la ladera de un cerro, se levantaba una choza de piedra, con dos habitaciones. En una dormían sus padres, y en la otra él y sus hermanos. ““Cocina muy pequeña, donde el fogón era el centro de actividad de los más jóvenes,  no dejando faltar la leña, que traían de un monte cercano.”

  “Por las mañanas bien temprano, él debía salir con las ocho cabras para que pastaran,  cuidándolas de los lobos, que muchas veces merodeaban la región”. Una breve pausa y nos dijo la abuela:

   “Bueno chicos es tarde,  otro día les seguiré contando”.-

    Claro, no habíamos observado que llegaba Blanca, con el pocillo de leche, que todas   las tardes era sagrado para ella.

  Desilusionados, decidimos despedirnos de la abuela, y le pedimos que al otro día nos siguiera contando esa historia, que tan atrapados  nos tenía a todos. Por ser el nieto más preferido, al día siguiente bien temprano llegué a su cuarto, para darle un beso. Me senté junto a ella observando su rostro. Recorrí cada una de sus arrugas, como fiel testigo, de un pasado cargado de ricas enseñanzas.  Quedaban atrás los recuerdos más bonitos, los pasajes de su vida más amargos, para entregarnos con sabia prudencia, una historia que guardó por tantos años. Sus ojos se abrieron lentamente, como agradeciendo a Dios un nuevo día.  Esa noche se había dormido con el santo rosario en la mano, como lo hacía normalmente. Le entregué el beso de los buenos días, y me retiré a jugar con mis amigos.

      Todas las tardes como un ceremonial sagrado, la abuela está en su sillón de mimbre, con su fiel gato sentado a un costado. Llegamos ansiosos para continuar escuchando el relato interrumpido el día anterior.

  “Abuela venimos para que sigas con tu  relato” – “¿En que habíamos quedado muchachos?, “Ah ya se, que mi abuelo cuidaba  cabras” Rodeando el sillón nos sentamos a escuchar atentamente el exquisito relato que tanto nos intrigaba.

   “Cuando yo era muy pequeña, - me contaba mi padre-, que el abuelo más o menos hasta los quince años trabajó junto a sus hermanos en la casa de campo.” “Luego decidió marcharse al poblado mas cercano, a una hora de camino de su hogar.” “De acuerdo a versiones de mi padre, el abuelo Pedro, era muy enamoradizo conquistando a las jovencitas del pueblo”

    Un pequeño malestar digestivo de la abuela, nos dejó nuevamente sin conocer lo más jugoso de la historia. Por varios días tuvo la necesidad de mantener reposo, y no podíamos molestarla.

   Una semana después. Nuevamente llegamos con ilusión a visitarla como lo hacíamos siempre a la abuela viejita, que Gracias a Dios ya la teníamos entre nosotros. “Estamos esperando abuela, que nos sigas contando.” – “En fin, creo que les conté cuando se cayó del caballo, y se quebró una pierna-“Nosotros  habíamos percatado que  había pasajes de la vida de su abuelo Pedro, que no quería contar. -“No abuela nos comentaste que era enamoradizo, y ahí quedamos-“

    “Ah, es verdad. Había conseguido trabajo en una herrería para ayudar a herrar caballos, pero el patrón era muy gruñón y a los pocos días decidió renunciar”. “Les cuento que una bonita y simpática rubia, – Así me las describía mi padre -, se enamoró de él, pidiéndole matrimonio”. “Soy muy joven, decía mi abuelo, tengo que conseguir un buen trabajo, y de esa forma ofrecerte una vida llena amor y de sueños”.

   Nuevamente la charla se detuvo, llegaba de visita su hermano mayor Luciano. Según parece hacía varios meses que no se veían. El respeto a nuestros mayores nos hizo alejar de la habitación, y nos fuimos a jugar al patio. Antes de retirarnos saludamos como correspondía a Don Luciano, y comprometimos a la abuela continuar al día siguiente, nuestra plática familiar.

   La abuela Petrona charla con su hermano Luciano recordando viejos tiempos. Nostalgias de años vividos y muy queridos para ellos, juntos a sus padres en el establecimiento rural a poca distancia del pueblo. Tomaron el té con torta casera, sellando el compromiso de encontrarse nuevamente muy pronto. Temprano como todas las noches llega a su cuarto. Su cómoda  cama de sábanas blancas almidonadas la espera, dando comienzo el rezo del santo rosario. Las nueve campanadas del viejo reloj, anuncian que no puede seguir encendida la luz principal, solamente el velador que la acompañará hasta el otro día.

    Era día domingo. Era costumbre de la abuela recibir en la mañana al cura párroco Don Teodoro, que le trae la comunión, con su acostumbrada charla previa, invocando la palabra de la Biblia, y la ya conocida despedida: “Que Dios la bendiga”.

   No teníamos dudas con mis primos que la charla sería en horas de la tarde. Luego de una corta siesta, la encontramos sentada muy entretenida mirando unas estampitas que le había regalado el Padre Teodoro. “Chicos”, dijo la abuela, “hoy es domingo, por lo tanto les doy permiso para que pasen a la sala y miren el sable”. Como perro con dos colas salimos sin chistar a observar detenidamente el enigmático sable, que tanto nos preocupaba. Ahí estaba inerte en la pared, como esperando el momento para que alguien lo bajara, lo acariciara, le hiciéramos preguntas que seguramente el nunca nos podría contestar. Pero nerviosa la abuela nos dice: “Bueno chicos, vuelvan que les seguiré contando”.

    Su canosa cabellera, nos hacía recordar a un hermoso capullo de algodón. Su mirada ya no tenía el mismo brillo de su juventud, pero reflejaba la ternura y la sabiduría que le dieron los años. Todo ternura, todo bondad, atrapaba junto a ella al mas descreído. Nos sentamos como todos los días a esperar la continuación, de aquella aventura heroica que nos imaginábamos había participado su abuelo.

   “Bien, ¡les conté que había una hermosa rubia enamorada del abuelo, no! “. “Su padre era un reconocido militar retirado, que celosamente cuidaba que nadie se acercara a su hija sin hablar antes con él.” “Según parece al abuelo le gustaba la rubia, pero eso sí,  que no le hablaran de casamiento” “Muy pronto comenzaron una relación amorosa. Se encontraban en lugares distantes, lejos del pueblo, y en horas que el padre de la joven estaba ocupado.”

    Nosotros estábamos nerviosos porque nunca llegaba la parte que nos interesaba, y le preguntamos: ¿Pero abuela, queremos saber cuando su abuelo, usa el sable?. La abuela con voz pausada, pero llena de intrigas nos dice: “Chicos, ¿ustedes quieren conocer la verdadera historia no?” “Bueno, tienen que tener paciencia ya vamos a llegar al dichoso sable”. “Bueno, hoy ha sido un día bastante agitado  para mis años, así que mañana continuaremos”

   Que desilusión dijimos todos, pensábamos que hoy sabríamos el final. Salimos con la cabeza baja, pero esperanzados que muy pronto el misterio sería revelado. No teníamos ánimo de jugar a la pelota, y cada uno regresó a su casa.

   ¡Como lograr que la abuela calmara nuestra curiosidad, y nos contara en un solo día la historia completa! Al otro día decidimos comprar un paquete de caramelos, de su gusto preferido. Por la tarde un poco más temprano que de costumbre llegamos a su casa. –“Mire abuela”, le dijimos, “le trajimos caramelos para que no se le seque la garganta, y tengamos una charla mas larga” – “Muchas gracias chicos, pero hoy ando un poco indispuesta para grandes charlas, se las voy a ser cortita”. Que desilusión nuevamente, cuando nos habíamos preparado con tanto entusiasmo.

  -“El abuelo Pedro no quería compromiso con la bella joven, y decidió marcharse a otro pequeño poblado a dos horas de camino.”

   “Toda una desilusión sintió la bonita muchacha, que todos los días esperaba su retorno”. “Su padre le había prometido un bonito regalo si contraía matrimonio”. Se hizo un breve silencio, aceptó un caramelo, saboreándolo lentamente, agradeciendo un vaso con agua ante la atenta mirada de nosotros, que esperábamos más información.

   -“En el nuevo poblado”, continuó la abuela, “todo parecía diferente. Fue contratado para trabajar en un almacén de ramos generales, de un pariente lejano de su padre”. “Después de varios meses juntó algún dinerillo, decidiendo comprar una reducida parcela de tierra, muy cerca del poblado para levantar una vivienda.” Una nueva pausa, y nos dice: “¿A Uds. les interesa realmente la vida de mi abuelo, o quieren conocer de donde aparece el sable?” Fuimos sinceros y tuvimos que decirle que nuestra curiosidad era el sable, pero que a su vez, teníamos curiosidad por conocer algo de nuestros antepasados. –“Bueno”, nos dice la abuela, “mañana o pasado si Dios Quiere, les seguiré contando”.-

   Nos parecía que los días eran eternos y que jamás podríamos conocer la verdadera identidad de ese sable. ¿Por qué tanto misterio? ¿Había sido realmente usado por su abuelo? Por motivos ajenos a nuestra voluntad, por varios días la abuela estuvo algo ocupada. Primero la visita del doctor de la familia, segundo la peluquera,  y también algunas visitas inesperadas de familiares muy queridos. Mi madre igual que mis tíos también habían comenzado a interesarse por el relato.

  Llegamos nuevamente al domingo, y seguramente sería imposible concentrar a la abuela en aquella vieja historia. Por la mañana el padre Teodoro, y por la tarde el hermano Lorenzo con su esposa Joaquina, recordando historias más recientes. Mañana lunes es su cumpleaños, y como todos los años el tradicional chocolate con pasteles para todos los que iban a saludarla. ¡Otro día perdido nos dijimos, pero el martes iremos al ataque!  Sus joviales ochenta años, nos daban la tranquilidad de que la historia, llegaría a su fin. Ese día llegamos más temprano. Aún haciendo la siesta la esperamos en el patio para no molestarla. Recorrimos el fondo, miramos el gallinero, comimos algunas granadas y nos sentamos en un antiguo banco de madera pintado de verde. El encuentro no se hizo esperar. La querida abuela venía dispuesta a seguirnos el relato y sin mediar preguntas nos sentamos a su alrededor. –“¿Les había contado que el abuelo, compró una chacrita?” – “¡Si abuela!” contestamos todos juntos.  “Bueno, en realidad contaba mi padre, que él seguía enamorado de la joven del otro poblado, pero esperaba tener una vivienda  para ofrecerle casamiento”.

  “Todos los días cuando dejaba el trabajo, se iba para la chacra, donde había iniciado una pequeña huerta. La producción la vendía en el almacén donde trabajaba”. “Con mucho sacrificio fue construyendo una cabaña, con la ilusión de algún día formar su propia familia”

   “Pero pobre abuelo, en esos días se enferma su padre, y debe volver a darle una mano a sus hermanos”. “Al poco tiempo al fallecer su padre  vuelve a su trabajo de la almacén”. “En realidad chicos, hoy no se pueden quejar, hace bastante tiempo que charlamos y me siento un poco cansada”. - ¡No abuela, siga con el relato que está interesante!  “¿Uds. se olvidan la edad que tiene la abuela?” “Voy a descansar un rato, y mañana si Dios Quiere nuevamente estaré con Uds.”

   En realidad era tal nuestra curiosidad, que no reparamos que ya había cumplido sus ochenta años.  Antes de retirarnos la abuela nos convida a todos con un trozo de torta casera, y felices y contentos nos fuimos a jugar un rato para luego cumplir con nuestra tarea diaria de la escuela.

   Según me contaba mi madre, que jamás tuvieron la oportunidad de escuchar esa tan querida historia, que nos relataba la abuela. ¡Que orgullosos nos pusimos!, al saber que éramos los primeros en conocer un secreto tan bien guardado, y por tantos años.

   Amanece un día gris y muy frío. Decidieron que no se levantara, para preservar su salud.

   Esa tarde nos dedicamos a mirar fotos antiguas de familia. Las mismas estaban guardadas en el cajón de un escritorio, que posiblemente había pertenecido al abuelo cuando tenía comercio. Todos los hombres tenían algo en común, y era el espeso bigote tradición de la familia. En realidad no conocíamos a nadie, pero era gracioso tener en nuestras manos, parte de nuestros antepasados.

   Al otro día teníamos esperanza, que el rey sol nos diera una manito y brillara con toda intensidad, para que la abuela despegara de sus sábanas blancas, y nos siguiera con el relato. Tuvimos suerte. Como todas las tarde su sillón la esperaba en el lugar de siempre. Con manos temblorosas y marcadas por los años, nos acarició la cabeza, nos miró a los ojos, diciéndonos: “Estuve pensando que este enfermizo interés en visitarme todas las tardes, no es porque me quieren mucho, sino que el bichito de la curiosidad se ha adueñado de Uds.” – “no diga eso abuela la queremos mucho, pero a la vez queremos saber”-. Los años no habían pasado en vano para la querida anciana, que con el amor de abuela y madre nos quería tener junto a ella el mayor tiempo posible.  –“No hay problema chicos, hoy continuaremos recordando aquel vasco, que con esfuerzo y tesón logró una gran descendencia.”

   “Cuando termina su cabaña, decidió volver en busca de su amada”. “No era fácil enfrentar la rígida disciplina familiar de quien sería su futuro suegro. El amor era muy fuerte y estaba decidido a luchar contra cualquier escollo”. “Después de caminar varias horas, sin saber con que se iba a encontrar, decide llegar a la casa de la joven rubia”. “¿Qué les parece chicos, era valiente el abuelo? Todos contestamos “-por supuesto abuela, estamos orgullosos de él.”

    Nuevamente se interrumpió la charla, cuando llega la vecina Doña Josefa con unos huevos caseros de regalo. La visita se prepara como para pasar la tarde, y la abuela nos dice que mañana seguiremos con nuestra charla. ¿Que pena Doña Petrona, estaba disfrutando un rato con los nietos, y yo la vine a interrumpir? comenta jocosamente Doña Josefa. La abuela no le contesta, y le pide a Blanca que les prepare un té.

   Nos sentamos en el patio, y pensamos en voz alta: ¿Si el abuelo Pedro se casa, cuando fue a la guerra? ¿En realidad ese sable, fue usado para la lucha armada, o tuvo otro fin? ¿Tendrá manchas de sangre? Preguntas que solamente la abuela, nos podía responder. Por algo lo ha conservado con tanto respeto y no permitió que nadie lo tocara. Seguimos reunidos evaluando nuestras propias dudas, que mañana será lo primero que le preguntaremos.

   Parece que Doña Josefa se fue muy tarde, y la abuela terminó con un fuerte dolor de cabeza.

   El encuentro con la interlocutora ya era toda una ceremonia, que esperábamos con entusiasmo.  Nos olvidábamos por algunas horas de las duras tareas escolares. Seguramente hoy esta historia llegaría a su fin, y nuestra curiosidad será saciada con los puntos claves de este relato, que nos ha tenido en vilo durante varios meses.

   “-Que les parece chicos, si hoy son Uds. los que me cuentan algún episodio interesante de la escuela, o con sus amigos” -¡No abuela, queremos conocer como sigue el encuentro del su abuelo!  “-Por supuesto chicos, que ese relato se los voy a continuar, pero no es justo que siempre sea yo, la más charlatana-“ Nos miramos como buscando una anécdota corta para salir del paso, siendo mi prima la más arriesgada: -“La semana pasada la Sra. Directora nos pide que realicemos con la clase de sexto un trabajo comunitario. A mi se me ocurrió, que eligiéramos un día en la semana, para ayudar a los ancianos a cruzar la calle”. La abuela se había entusiasmado con el cuento de mi prima, “Muy linda actividad, te felicito, continúa contando”, interrumpió la abuela. “En realidad lo hicimos un solo día, y nos felicitó toda la escuela” Nosotros vimos que esa anécdota era muy corta, y seguramente uno de nosotros tendría que salvar la situación, relatando un hecho de mayor peso de credibilidad. La abuela esperaba atenta que uno de nosotros continuara. “Yo les voy a contar cuando salvé el gatito de la vecina, que se había caído a un pozo.” – “Muy bien”, agrega la abuela, “así haremos. Un día les cuento yo, y al siguiente les toca a Uds.” “Me dan una gran alegría al saber que mis nietos también tienen recuerdos guardados en sus corazones, que compartiremos todos los días. Mañana es mi turno, y continuaré con mi relato pendiente.”

   Nos parecía mentira ver el disfrute de su rostro cuando contábamos nuestras pequeñeces. En esos momentos nos dimos cuenta que era más importante nuestra presencia, que todas las historias juntas. Nuestra fresca energía, inundaba su corazón, dándole fuerza para continuar al otro día. Ella a su vez plasmaba en nuestras mentes, una historia que su corazón tenía necesidad de compartir.

  Cada uno de nosotros la abrazó, dándole un cariñoso beso, despidiéndonos con un “Hasta mañana  abuela Si Dios Quiere”.

   Que simple lección habíamos recibido. Aprendimos que no solamente debemos recibir, también debemos saber dar. Al día siguiente nuestros rostros, no reflejaban la ansiedad de otros días. Estábamos prontos, y sin apuro, para escuchar la continuación del relato prometido.

   “Como les decía chicos, el abuelo llega a la casa de su enamorada, golpea suavemente con algo de recelo, saliendo a su encuentro la joven rubia. Se miraron a los ojos, se tomaron las manos,  confirmando su amor con un caluroso abrazo.” Él quería casarse y ella también. En esos momentos se oyen gritos desde el monte, ¡es mi padre!, dijo la joven, -lo debe estar corriendo un lobo hambriento-. Entró desesperada  a la casa trajo un sable, entregándoselo en las manos al abuelo. ¡Corre y ayúdalo por favor!

  “Sin perder tiempo se interna en el monte, y con un golpe certero de sable, mata al lobo.” La joven esperaba ansiosa el desenlace de tal trágico episodio, cuando a lo lejos pudo divisar a su padre y al abuelo abrazados juntos, y muy sonrientes”.

   En esos momentos se le habían llenado los ojos de lágrimas a la abuela, y le pedimos que descansara unos instantes, porque la emoción del recuerdo la podía perjudicar. “Debo continuar chicos, así se los prometí” “Cuando ingresaron a la vivienda, el padre de la joven estaba tan agradecido,  ofreciéndole en recompensa el sable, que lo había acompañado en toda su carrera militar.” “Al poco tiempo se casaron, y esa joven tan bonita de que les hablo, era también mi abuela”

  “Les conté toda esta historia, para que sepan que en la vida hay que ser agradecido.  Las buenas obras se tienen que recordar siempre, y debemos guardarlas en un rincón muy querido de nuestro corazón.”   “Mañana Si Dios Quiere, deben ser Uds. quienes deberán llenar mi horas con relatos bonitos, aunque sean fantasías. De esa forma me sentiré viva, con la ilusión de la espera como ha pasado con ustedes todos estos días.”

  Gracias abuela, por mantener encendida la llama de la curiosidad, que motivó en nosotros el encuentro diario con un ser adorable, que talvez hasta hoy no habíamos valorado como correspondía.

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