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   -“En el nuevo poblado”, continuó la abuela, “todo parecía diferente. Fue contratado para trabajar en un almacén de ramos generales, de un pariente lejano de su padre”. “Después de varios meses juntó algún dinerillo, decidiendo comprar una reducida parcela de tierra, muy cerca del poblado para levantar una vivienda.” Una nueva pausa, y nos dice: “¿A Uds. les interesa realmente la vida de mi abuelo, o quieren conocer de donde aparece el sable?” Fuimos sinceros y tuvimos que decirle que nuestra curiosidad era el sable, pero que a su vez, teníamos curiosidad por conocer algo de nuestros antepasados. –“Bueno”, nos dice la abuela, “mañana o pasado si Dios Quiere, les seguiré contando”.-

   Nos parecía que los días eran eternos y que jamás podríamos conocer la verdadera identidad de ese sable. ¿Por qué tanto misterio? ¿Había sido realmente usado por su abuelo? Por motivos ajenos a nuestra voluntad, por varios días la abuela estuvo algo ocupada. Primero la visita del doctor de la familia, segundo la peluquera,  y también algunas visitas inesperadas de familiares muy queridos. Mi madre igual que mis tíos también habían comenzado a interesarse por el relato.

  Llegamos nuevamente al domingo, y seguramente sería imposible concentrar a la abuela en aquella vieja historia. Por la mañana el padre Teodoro, y por la tarde el hermano Lorenzo con su esposa Joaquina, recordando historias más recientes. Mañana lunes es su cumpleaños, y como todos los años el tradicional chocolate con pasteles para todos los que iban a saludarla. ¡Otro día perdido nos dijimos, pero el martes iremos al ataque!  Sus joviales ochenta años, nos daban la tranquilidad de que la historia, llegaría a su fin. Ese día llegamos más temprano. Aún haciendo la siesta la esperamos en el patio para no molestarla. Recorrimos el fondo, miramos el gallinero, comimos algunas granadas y nos sentamos en un antiguo banco de madera pintado de verde. El encuentro no se hizo esperar. La querida abuela venía dispuesta a seguirnos el relato y sin mediar preguntas nos sentamos a su alrededor. –“¿Les había contado que el abuelo, compró una chacrita?” – “¡Si abuela!” contestamos todos juntos.  “Bueno, en realidad contaba mi padre, que él seguía enamorado de la joven del otro poblado, pero esperaba tener una vivienda  para ofrecerle casamiento”.

  “Todos los días cuando dejaba el trabajo, se iba para la chacra, donde había iniciado una pequeña huerta. La producción la vendía en el almacén donde trabajaba”. “Con mucho sacrificio fue construyendo una cabaña, con la ilusión de algún día formar su propia familia”

   “Pero pobre abuelo, en esos días se enferma su padre, y debe volver a darle una mano a sus hermanos”. “Al poco tiempo al fallecer su padre  vuelve a su trabajo de la almacén”. “En realidad chicos, hoy no se pueden quejar, hace bastante tiempo que charlamos y me siento un poco cansada”. - ¡No abuela, siga con el relato que está interesante!  “¿Uds. se olvidan la edad que tiene la abuela?” “Voy a descansar un rato, y mañana si Dios Quiere nuevamente estaré con Uds.”

   En realidad era tal nuestra curiosidad, que no reparamos que ya había cumplido sus ochenta años.  Antes de retirarnos la abuela nos convida a todos con un trozo de torta casera, y felices y contentos nos fuimos a jugar un rato para luego cumplir con nuestra tarea diaria de la escuela.

   Según me contaba mi madre, que jamás tuvieron la oportunidad de escuchar esa tan querida historia, que nos relataba la abuela. ¡Que orgullosos nos pusimos!, al saber que éramos los primeros en conocer un secreto tan bien guardado, y por tantos años.

   Amanece un día gris y muy frío. Decidieron que no se levantara, para preservar su salud.

   Esa tarde nos dedicamos a mirar fotos antiguas de familia. Las mismas estaban guardadas en el cajón de un escritorio, que posiblemente había pertenecido al abuelo cuando tenía comercio. Todos los hombres tenían algo en común, y era el espeso bigote tradición de la familia. En realidad no conocíamos a nadie, pero era gracioso tener en nuestras manos, parte de nuestros antepasados.

   Al otro día teníamos esperanza, que el rey sol nos diera una manito y brillara con toda intensidad, para que la abuela despegara de sus sábanas blancas, y nos siguiera con el relato. Tuvimos suerte. Como todas las tarde su sillón la esperaba en el lugar de siempre. Con manos temblorosas y marcadas por los años, nos acarició la cabeza, nos miró a los ojos, diciéndonos: “Estuve pensando que este enfermizo interés en visitarme todas las tardes, no es porque me quieren mucho, sino que el bichito de la curiosidad se ha adueñado de Uds.” – “no diga eso abuela la queremos mucho, pero a la vez queremos saber”-. Los años no habían pasado en vano para la querida anciana, que con el amor de abuela y madre nos quería tener junto a ella el mayor tiempo posible.  –“No hay problema chicos, hoy continuaremos recordando aquel vasco, que con esfuerzo y tesón logró una gran descendencia.”

   “Cuando termina su cabaña, decidió volver en busca de su amada”. “No era fácil enfrentar la rígida disciplina familiar de quien sería su futuro suegro. El amor era muy fuerte y estaba decidido a luchar contra cualquier escollo”. “Después de caminar varias horas, sin saber con que se iba a encontrar, decide llegar a la casa de la joven rubia”. “¿Qué les parece chicos, era valiente el abuelo? Todos contestamos “-por supuesto abuela, estamos orgullosos de él.”

    Nuevamente se interrumpió la charla, cuando llega la vecina Doña Josefa con unos huevos caseros de regalo. La visita se prepara como para pasar la tarde, y la abuela nos dice que mañana seguiremos con nuestra charla. ¿Que pena Doña Petrona, estaba disfrutando un rato con los nietos, y yo la vine a interrumpir? comenta jocosamente Doña Josefa. La abuela no le contesta, y le pide a Blanca que les prepare un té.

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