Cuando vi las líneas negras, de las costuras de sus medias, los pies calzados en esos zapatos negros de taconcito cuadrado, la falda oscura a la altura de las rodillas, el tapado claro de paño pesado. Rápidamente rememore, aquella imagen que quedó grabada en mi memoria, a pesar de tantos años pasados.
Una tarde de invierno, acompañaba a mi mamá, que iba a la tienda del Hugo Abrahán, por la vereda aún de tierra de la maestranza municipal, comencé a seguir con la mirada los pocitos dejados por unos zapatos de mujer, muy de moda por aquel entonces, al alzar la vista me encontré esas piernas talladas, suaves, hermosas, calzadas en medias con costura (las sin costura no existían o eran poco comunes aún).
Jamás vi el rostro de esa mujer, el recuerdo me acompañó toda la vida, sin lugar a dudas debió ser mi primera excitación sexual, aunque en aquel momento por mi corta edad no alcance a comprenderlo.
Hoy, casi cuarenta años después, me encontraba nuevamente detrás de esas piernas, mi curiosidad, asombro y libido habían escalado al máximo, apure el paso, para poder verle el rostro, la alcance, la tome del brazo, girándola hacia mi, quede atolondrado, al verla.
La profundidad de sus ojos oscuros me ahogaron, estos estaban delineados, su rostro era rectilíneo, el cabello corto y rubio, de una de sus orejas, colgaba un aro de argolla de los años sesenta, de la otra uno con cadena estilo Bayoriano, un piercing en su nariz, otro en sus cejas, en la barbilla, presumiblemente en su lengua. Dos sirenas tatuadas de anguilas emergían de sus oídos, con el cabello lleno de frutos de mar y los senos cubiertos con plumas.
Después de observar atónito todo su rostro, mis ojos recalaron en los suyos, me volvió a taladrar con la mirada, con su mano apartó la mía del brazo. Se marchó, me quede congelado tratando de digerir su extraño look, de reponerme de su mirada, que me turbó dejándome parado viendo como se iba sin atinar a hacer algo.
Los días pasaron mi ansiedad crecía, a pesar de buscarla no la encontraba, parecía que nadie la hubiese visto alguna vez.
Mi urgencia por encontrarla se volvió enfermiza, era casualidad que tantos años después viera las mismas piernas, pero el rostro jamás, en aquella época no hubiese sido igual, quizás estaba mezclando recuerdos fantasiosos con la realidad, o tal vez significaba alguna señal de la cual debería develar su sentido.
De visita en casa de mis padres, necesitaban comparar un medicamento, me ofrecí a buscarlos, salí caminando, doble la esquina llegue hasta la Irigoyen, crucé las vías y tomé la vereda de la maestranza, que desde unos años atrás posee una veredita central de hormigón, no pude dejar de evocar aquel encuentro, mire hacia suelo y allí parecían no haber sido borrados por cuatro décadas de tiempo, aquellos pocitos cuadrados de mi infancia.
Exaltado alce la vista a la altura de la antigua entrada del colegio industrial, vi. las inconfundibles líneas de sus medias, la ropa demodé, corrí hasta alcanzarla, volví a tomarla del brazo, se volteó hacia mí, otra vez quedé alelado, el abismo de sus ojos era el mismo, pero el rostro sufría una mutación incomprensible, el cabello renegrido, peinado al costado, las cejas curvadamente depiladas, parecían arcos protectores del abismo de sus ojos, los labios pintados de rubí subido, igual que Delia, la cara redondeada, el cutis blanco con un pequeño lunar sobre el labio.
Tomó mi brazo con sus delicados dedos coronados por uñas esculpidas larguísimas, mirándome, intimidándome me dijo –por favor, retírese insolente. Quedé frente a las ruinas de lo que fue el colegio industrial, parado como un tonto viendo como las talladas pantorrillas, con la marca de las costuras, se alejaban yo seguía paralizado sin hacer nada para saber algo más de ella.
Los días y noches siguientes fueron tremendos, De día deambulaba por la ciudad buscando esos ojos profundos, que comenzaron a desequilibrar mi razón, por las noches soñaba, pero no podía recordar nada, aunque sabía que los sueños eran aterradores porque no lograba relajarme.
Solo necesitaba encontrar alguno de los rostros, debía mantenerme sereno, para que no se me escapara sin ninguna respuesta.
El sol ya casi desaparecía, transitaba por la nueve de julio, al doblar por la avenida, la vi, a la altura del chalet que fuera de Nazabal, apure la marcha ella dobló por Salgado, estacione el auto, me apee, la comencé a seguir, el estómago se me revolvía de ansiedad, la yugular galopaba, como potro desbocado en mi cuello, después de tres cuadras de persecución , pensé que me desmayaría, la tensión era tal que el alma no cabía en mi cuerpo, en el quisco de la buenos Aires compré cigarrillos, fumando atemperaría mis nervios.
Mi táctica era saber a donde iba, así tener un lugar físico donde encontrarla, si hoy no podía hacerle frente por mi estado de ansiedad.
Continué detrás de ella ya un poco más calmo, al llegar al zaguán de la casa del tío Félix cruzó la calle, por un instante pensé que entraría al estudio de Adalberto, pero continuó.
Al llegar al portón del jardín aminoró la caminata, se detuvo, se me heló el corazón, creí que se había dado cuenta, que la estaba siguiendo, deje de avanzar, me agaché, fingí atarme los cordones de mis mocasines.
Ella estuvo un instante inmóvil como hurgando algo en el aire, se acomodo el pesado tapado de paño, continuó avanzando meneando su cuerpo, yo tras de ella, cruzó el puente peatonal del canal, ingresó al parque por el primer molinete, se internó en el camino diagonal tapizado por el pasto debido a su poco uso, llegó al paredón de la cancha de fútbol, lo bordeó, luego subió la pendiente del velódromo abandonado, continuó avanzando hacia el playón.