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Alma a media noche, volvió a ver el trasatlántico, blanco, hermoso, siempre envuelto en aquella bruma nacarada. Cada vez que lo veía pasar, un hálito de paz se incrustaba en el ambiente, ella se dejaba envolver por esa inmensa calma, y no perdía ni un detalle del mismo, desde que lo veía aparecer hasta perderlo de vista. La visión llegaba en cualquier momento, en cualquier lugar, unas veces sentada en el comedor, otras en su cuarto de baño, o a través de la ventana de su dormitorio, ya sean las doce del día o las tres de la madrugada, ella lo miraba pasar, serena, sosegada por el olor cálido que emanaba su entorno y la mantenía en un estado de profunda armonía interior. Ni siquiera la primera vez que lo vio se exaltó, estaba sentada en el patio posterior de su casa, tomando el sol de las tres junto a su hijo menor, el último en casarse, dejándola sumergida en la cruel soledad de los setentayocho años. Fabián la visitaba regularmente, llevándole las chucherías básicas que la ancianidad requiere en los tiempos premortuorios. Aquella tarde, ella se deslumbró con su blancura, su olor, su tranquilidad, no atino a decir nada, solo una especie de sonido gutural fluyó de sus labios, mientras tomaba la mano de su hijo, lo siguió con la vista desde que asomó por el muro izquierdo junto al fogón de asados dominicales hasta que se perdió por los árboles de nogal. Su hijo la miraba perplejo, mientras ella, con el índice indicaba su trayectoria de principio a fin.

Fabián le restó importancia al hecho, pero en sus posteriores visitas la encontraba con mayor frecuencia absorta, lejana, señalando con el índice hacia la nada, como dibujando en el vacío. Ella por su parte se sentía mejor que nunca y quería exteriorizar sus vivencias, sus visiones, pero temía a que no la entiendan y la puedan confundir con el estereotipo que nace de la senilidad . Pero una tarde se sentía tan bien, que se imprimió de coraje y le contó a Fabián como eran sus visiones, el trasatlántico, sus inmensas dimensiones, su color, la tranquilidad que emanaba y describió a las personas de a bordo, sus vestiduras blancas, todas sonrientes, desvinculadas de cualquier preocupación mundana, y le confesó que, en mas de una ocasión sintió deseos de ir con ellos, de esta manera, conforme pasaba el tiempo y las visiones se hacían cada ves mas seguidas él empezó a alarmarse temiendo por la salud mental de su madre, así que se puso en contacto con sus hermanos y logró reunirlos y hablaron y discutieron y decidieron por ella que lo mejor sería recluirla en el sanatorio de San Rafael, donde toda clase de pergaminos vivientes deambulaban eructando recuerdos entre sus pasillos fríos y lúgubres. Fabián que fue el único en oponerse terminó aceptando lo que la mayoría de “hermanos mayores” decidieron. La noche en que todos se reunieron para comunicárselo  a ella, Emilio el mayor, tomó la palabra expresando que sus mayores deseos eran el de cuidarla, ellos pensaron que lo mejor para su bienestar sería... Ella con una sonora carcajada no le dejó terminar a Emilio los rodeos con los que se estaba manejando, intuyendo inmediatamente los motivos de la inusual visita, pues siempre se adelantó a los pensamientos tan predecibles de sus hijos, desde muy pequeños de alguna manera percibía lo que ellos querían.


-hijos míos- replicó, luego de secarse los ojos agrietados y nítidos- no se porque tardaron tanto en comunicarme algo que desde hace mucho tiempo estaba esperando, tengo lista una maleta para esta ocasión, pero estoy feliz al verlos reunidos a todos, como hace mucho tiempo no estábamos, desde la muerte de su padre, aunque sea por un motivo tan inusual como es la locura de su vieja, pero valió la pena... ¿no creen?...

 

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