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Fue una masacre descarnada…

 

Podría afirmarse que fue una lucha entre dos bandos, pero sería un engaño del porte de un galeón. Y es que, luego de que se corriese la noticia de que pusieron precio a nuestras vidas, nuestros propios compatriotas se volvieron locos de remate.

Nuestra banda, en particular, fue la más afectada. Desafortunadamente, nuestro haruwenh, nuestro territorio, estaba muy cerca de las tierras de los hombres blancos al momento que empezó la matanza. Recordarlo hace que me entren unas nauseas horribles… cierro los ojos y veo aquella noche… aquella fatídica noche cuando por primera vez nos atacaron. Hubo gritos, recuerdo; gritos con un tono amenazador, usando un lenguaje enturbiado por el alcohol. Incluso ahora, que aprendí la maldita lengua de los hombres blancos, no puedo descifrar qué era lo que nos decían… supongo que sobrios no hubiesen tenido el valor de hacerlo. Salimos los hombres e, incluso, los klóketen, los más jóvenes, de nuestros kawi a ver qué es lo que pasaba.

Kreen, la luna, había conseguido escapar de su esposo Krenn, el sol, un día más y se alzaba, imponente, en el cielo nocturno… era tarde en la noche cuando varias explosiones rasgaron el silencio que nos profería la madrugada… era ya tarde muy tarde cuando vi caer a varios de mis familiares, a miembros de mi clan… era tarde en la noche cuando la desolación se sembró en nuestros corazones. Los hombres blancos, armados hasta los dientes, fueron inmensamente despiadados: arremetieron, primero, contra los más pequeños luego, empezaron a disparar a los hombres que más se acercaban; aquellos desdichados que osaron acercarse mucho, que intentaron defender nuestra tierra a punta de palos y piedras… aquellos que intentaron aferrarse a la vida… nuestras flechas y rocas no servían de nada.

Yo corrí… logré escapar y esconderme entre los árboles. A día de hoy, sigo lamentándome por esa decisión. Hubiera preferido, una y mil veces, morir junto a mis hermanos que presenciar toda esa masacre y los días siguientes al ataque. Desde la protección de la naturaleza, veía cómo, uno a uno, caían los hombres de mi clan; luego, vi cómo entraban a nuestras tiendas y sacaban a las mujeres a tirones, para luego cortarles el cuello o reventarles el cráneo a disparo limpio… lo que venía después de la muerte era lo peor… profanaban su cuerpo cortándoles las orejas a los hombres y los pechos a las mujeres… poco tiempo después me enteré de que esas partes extirpadas tenían precio: algo así como una pieza de oro por oreja, y una y media por seno… claro, las mujeres eran más preciadas, ellas daban vida a este mundo.

Cuando todo hubo terminado, prendieron fuego a nuestro campamento; si bien llevábamos ahí poco menos de una semana, sentí un gran vacío en mi interior. Ver cómo todo lo que había conocido alguna vez me era quitado, ser el único testigo y sobreviviente de esa masacre no dejó más que desolación dentro de mi pensar. No solíamos llorar a nuestros muertos, pero, ¿qué más iba a hacer? Me sobrecogió una impotencia enorme y ahí, entre matojos de desesperación y follaje repleto de desesperanza… rompí en llanto. Lloré hasta que Krenn, el dios sol,  se imponía en lo más alto del cielo y, sólo en ese momento, me atreví a abandonar mi escondite.

 

Caminé hasta las múltiples columnas de humo, donde yacían todos los cuerpos de mis hermanos; cada rastro de sangre, cada hermano inerte era una puntada directo al corazón.

Rebusqué entre los restos de una tienda y encontré una piedra que utilizábamos para cavar fosas… y así, ocupando lo último que me quedaba de fuerza, pasé todo un día y toda una noche enterrando a mis compañeros de clan; viendo cómo deambulaban otros tantos hermanos de sangre sin una oreja o a tantas otras mujeres vagar por las llanuras con el pecho cubierto, avergonzadas de los actos atroces de nuestros compatriotas, ¿cómo el dinero puede causar tanto daño? Fue duro, lo admito, ver los rostros desfigurados de jóvenes y adultos, de mujeres y ancianos al momento de darles entierro… pero debía darles un descanso… debía honrar su memoria de alguna forma.

Es por eso que escribo esto: para honrar a quienes quedaron en el camino. Aquellos que me enseñaron la verdad maravillosa acerca del mundo que me rodeaba… aquellos que fueron pilares importantísimos a lo largo de mi vida. Por eso y a modo de ofrecer una disculpa: por haber escapado, por no haber estado ahí junto a ellos, por lo que estoy a punto de hacer… y es que, después de tanta pérdida y sangre en tan poco tiempo, ¿qué otro camino, sino la muerte, para soportar tanta culpa?

 

Escribo esto para decir adiós… no puedo soportarlo más…

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