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Un día cualquiera, no tan cualquiera en realidad, recibí la invitación a conocer un lugar especial. Sabía algo de él, pero nunca lo había frecuentado.

Ante la sombra de la duda, decidí conocerlo y de la mano de quien me invitaba sentí paso a paso la incomodidad, ansiedad o como quieras llamar esa extraña sensación de lo paradójico que es estar allí.

Al llegar, una puerta misteriosa se abrió como el sésamo y nos concedió un porcentaje del deseo que queríamos cumplir (aunque yo no tenía la certeza de lo que deseaba de ese lugar).

Dos pasos más y a la izquierda, una mirada evasiva pero tranquila de la costumbre, lanza una frase particular que, en el contexto invadido de aparente soledad – pero sólo aparente- traducía un saludo estratégicamente comercial: “qué desean tomar”.

Mágicamente las miradas clandestinas se evadían, aunque no se notara y comenzamos a recorrer un laberinto lleno de puertas, lleno de historias...

Ya no había una mano que me guiara, por lo que esperadamente choqué con dos nómadas de dicho laberinto que hablaron en el mismo lenguaje de apariencia serena: “no me mires”.

Un número... una puerta... un pequeño cuarto... y al abrir ese pequeño refugio me encontré con un sol artificial que podía moverse en varias direcciones, un viento, que de activarse erizaba mi piel, un olor a nada que evocaba todo lo que allí pudo haber sucedido: la soledad.

Sí. La soledad era la única que esperaba, se ocupaba y volvía a reposarse en el ir y venir de tantas historias que habitaban ese espacio por pocas horas.

Yo sólo observaba,

observaba como quizá lo haría un humano que, perdido en el universo no conoció su planeta y al pisar por primera vez sus tierras no pudo más que mirar, imaginar y tratar de contemplarlo todo.

Era un fenómeno! De verdad lo era!Tal como aquellas teorías de la investigación en que “cualquier fenómeno es observable”, yo no podía dejar de hacerlo.

Miraba el sol, escuchaba los ruidos aparentemente lejanos que hacían volar mi imaginación y de inmediato empezaba a suponer qué tipo de vidas había en los otros refugios de ese laberinto.

¿Cuántos? ¿Quiénes? ¿Por qué?

Olvidaba ocuparme de un asunto trivial pero determinante de la situación y era que yo también estaba ahí, presta a vivir una historia de esas que se viven allí, con o sin ayuda de mi imaginación que, por cierto, era coartada por un sol demasiado cercano y un viento demasiado frío.

Finalmente, entendí el objetivo de ese supuesto reino de privacidad en el que tal cualidad no era más que una paradoja entre sus habitantes.

Sí. Era tan evidente lo que allí solía suceder que fácilmente podrías robotizarte  si supieras que cada movimiento de ahora en infinito será siempre el mismo, sin posibilidad alguna de sorpresa.

Me percaté entonces de ese ser que recorría el lugar con la entera confianza de quien sabe donde está y acompañado de melodías simples empezó a recorrer con una confianza muy similar, algunos de los pasajes de lo que sensiblemente considero mi piel.

Cualquier figura femenina, en cualquier esfera del tiempo, habría podido estar allí siendo por momentos explorada, pero esta vez era yo... con lo que sensiblemente considero mi piel.

Definitivamente ni lo común, ni lo soñado me pertenecían allí. Pero sí lo real; sólo que aún no lo entendía, y así, tuve miedo de mis alas.

Cerrar los ojos me permitió soñar. Opacar el sol, me hacía creer que la luna ponía aquel ser en mis sueños y ese sol mismo me mostraba que era real.

Demasiado real para continuar con el peso que ahora eran mis fantasías.

Yo misma lo recreé sin invitarlo y por eso no tuve palabras para explicarle a ese ser todo lo que estaba siendo en ese momento. Aún no sabía que lo iba nombrar laberinto, ni que esa luz iba a ser el sol o la luna, y que un ventilador significaba viento erizador de esos miedos que se abrazaron a aquel ser cuando cerré los ojos.

Sólo sabía que ese lugar, refugio de nómadas con umbrales que abrían historias y lenguajes extraños, fueron ya mucho para ese comienzo, que sería como mi cosmogonía.

Un motel? Palabra real que evoca historias, deseos, sentires y soledades habitadas por instantes, por atmósferas de tantos olores, colores y sabores, por ángeles sin alas que aprendieron a caminar por las calles de ese laberinto e incluso a desear un regreso.

Acompañante? Ser, hombre, realidad, dueño de mis sentidos, maestro de ilusiones, víctima de la luna que recreó mi deseo.

Yo? Me fui del laberinto queriendo aprender la realidad y volver allí por ese ser que me la estaba ofreciendo en sus manos.

Pero el ser no dio espera... tal vez sus alas eran tan efímeras que lo envidio. No hallé la manera de decirle sus ojos y se fue. Se fue el laberinto, el sol, el viento.

Me queda la luna que aún me trae lo soñado. Esa que busco porque ama mis alas heridas de tanto haber volado con él.

De ese motel, de ese hombre, de ese sol, entendí que los días sí hicieron mucho. Tanto que, cómo en el pasado escribiste, simplemente terminaron en tantas Lunas que miro.

 

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