En una noche envuelta en el humo azul de los cigarros y el murmullo de la ciudad, la muerte se pasea entre las sombras. No era una muerte común y corriente, sino una muerte con un aire de misterio y desdén, como si llevase consigo el peso de todas las vidas que ha tocado.
camina con paso firme por las calles, su largo abrigo negro ondeando tras ella como una sombra que se niega a ser olvidada. no tiene prisa, sabe que el destino siempre llega a su debido tiempo.
En una esquina solitaria, se detiene frente a un hombre que fuma su último cigarro, perdido en sus pensamientos. Sus ojos, profundos como abismos, se encontraron con los de ella y en ese instante supo que su hora había llegado; le ofreció una calada, y ella, muy tranquilamente negó con un movimiento lento que no. Él, absorbió el humo como un último suspiro, sumergido en su mundo y en sus recuerdos.
No hubo palabras, solo un gesto, un movimiento elegante de la mano de ella que se deslizó como una serpiente envenenada hacia el corazón del hombre. Y así, en un suspiro de humo y dolor, su alma se desvaneció en la noche, dejando solo el eco de susurros perdidos.
La muerte continuó su camino, su sombra baila al ritmo de los latidos de la ciudad. Porque en ese mundo de luces y sombras, la muerte era solo otra forma de vida, una danza eterna entre el destino y la mortalidad. Y en cada esquina, en cada calle oscura, Ella seguía su baile, recordándonos que al final, todos somos solo polvo en el viento.