Los Abscesos
Aunque la infección fue la consecuencia inevitable y fatal de las intervenciones quirúrgicas, también fueron éstas, y desde la antigüedad, el tratamiento empleado en muchos de los procesos infecciosos.
Abscesos pulmonares, pleurales, renales, se trataban en época de Hipócrates (siglos IV y III a. C.), perforando el sitio donde se creía descubrir la colección mayor, aquél en el que primero se secaba un paño húmedo. Paulus de Egira prefería quemar la piel sobre el absceso.
Hasta el siglo XVI se usaron hierros candentes para drenar abscesos pleurales; luego de Paré se utilizaron las incisiones intercostales, sin embargo la muerte acompañaba a muchos de estos procedimientos. Tanto se les temía que el célebre cirujano Dupuytren llegó a preferir para sí, la muerte "por la mano de Dios, antes que por la mano del hombre". La causa era el fenómeno desconocido del neumotórax. Complicación tan misteriosa llevó a vendar las heridas torácicas en la obscuridad para evitar que a ellas llegaran los maleficios que hacían mortal el tratamiento.
El "aire venenoso" que en la antigüedad se culpó de la muerte en las heridas del abdomen, también fue responsabilizado de la muerte precipitada por las incisiones en el tórax. Solamente hasta el siglo XIX Hewson demostró que era el neumotórax resultante el que ocasionaba la fatal complicación. Probablemente fue el doctor Smile en New Hampshire quien primero drenó un absceso sin dolor empleando el éter como disolvente del opio. No fue consciente de su descubrimiento, y sus colegas convencidos de que el efecto era del opio, usado por tantos siglos, lo hicieron desistir de sus ensayos ante el riesgo de una intoxicación mortal.
Con el auge de la cirugía en el siglo XIX, no llegó a haber órgano del cuerpo vedado para los cirujanos, fue así como William McEvern (1848-1924) drenó por primera vez con éxito un absceso cerebral.
La Apendicitis
La peritiflitis, conocida desde la antigüedad, cobró millones de vidas antes de que se hicieran las primeras apendicectomías exitosas. Advertido el carácter séptico de la enfermedad, se buscaba mediante el opio calmar el dolor y disminuir la motilidad intestinal, favoreciendo el enquistamiento o la apertura del proceso séptico al exterior a través de la pared abdominal. La cirugía sólo se empleaba tras la formación de abscesos en la pared del abdomen. Cualquier otra intervención era de carácter mortal.
En 1848 el cirujano inglés Henry Hancock tras un caso exitoso, propuso la incisión profunda en ausencia de absceso en la pared. Pero pocos cirujanos se atrevieron a seguir la recomendación. Casi ninguno estaba dispuesto a drenar el absceso peritiflítico. Apoyó su teoría, pero muchos años después, en 1886, el descubrimiento del anatomista Reginald Heber Fitz, quien encontró que las inflamaciones del ciego se originan en el apéndice, y propuso un tratamiento precoz: la apendicectomía.
Sería, George Thomas Morton, hijo de aquél otro Morton que entrara a la historia de la medicina de la mano de la anestesia, quien en abril de 1887 practicara con éxito la apendicectomía. Todas las medidas de asepsia y antisepsia disponibles contribuyeron al éxito.
Pronto le siguió Charles McBurney en Nueva York en 1889 con magníficos resultados. Pero los fracasos también fueron numerosos, por lo tarde que se emprendía la intervención. En Europa por la misma época los intentos quirúrgicos terminaban en la muerte.
Por eso el Viejo Mundo era reacio a practicar las apendicectomías, más cuando allí no se identificaba como apendicitis sino como peritiflitis. En Norteamérica el panorama era diferente, John Benjamin Murphy (1857-1916), cirujano irlandés precursor del tratamiento quirúrgico de la tuberculosis, era como Morton abanderado también de la apendicetomía y abogaba en 1887 en el County Hospital de Chicago por el tratamiento quirúrgico precoz de las apendicitis, hasta el momento tratadas por internistas. Doscientas apendicectomías realizadas, aun sobre la mesa del comedor de los pacientes, le dieron la razón a su conducta. Se convirtió en abanderado de la "apendicectomía preventiva" como se llamó entonces a la intervención precoz. Convencido de que era preferible la extracción de un apéndice sano, realizó durante 1889 más de cien apendicectomías.
Como toda innovación, provocó la resistencia especialmente de los viejos cirujanos. Los "viejos fósiles", al decir de Murphy se oponían al procedimiento.
Luis María Murillo Sarmiento
(“Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas”)
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Bibliografía
1. Thorwald Jürgen. El Siglo de los cirujanos. 1a. Ed. Barcelona: Ediciones Destino. 1958: 112, 215, 384 (ilustración), 394, 395, 3972.
2. Thorwald Jürgen. El Triunfo de la cirugía. 1a. Ed. Barcelona: Ediciones Destino. 1960: 123-134, 320 (ilustración), 347-370