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Los males de la atención en salud
La salud está enferma. Innumerables males aquejan la asistencia. Sus manifestaciones son queja cotidiana. Mencionaré los morbos, sin hacer de ellos un catálogo tedioso y exhaustivo. Creo que una muestra ilustra en forma conveniente. Para acceder a la asistencia los enfermos deben con frecuencia someterse a trámites innecesarios, largas filas, demoras sin sentido, caras poco amables y trato displicente. Cual si ese calvario pretendiera que muchos pacientes desistieran de buscar ayuda.
Las empresas de salud, sin sentido común, dispersan en muchas instituciones la atención de los pacientes, convirtiendo en retazos sus historias. Nada como el expediente único que se pueda consultar con fines clínicos. Atomización que además pone al paciente en un peregrinaje insoportable. Es triste ver que el interés por la buena atención y el temor por el efecto adverso de los tratamientos, no suelen derivar de un afán humanitario. Es más el ánimo de reducir demandas. Lo que se sale de la órbita de lo jurídico -como la humanidad- habitualmente está exento de preocupación y de sanciones.
Tras de la aparente tranquilidad y seguridad de las fachadas, muchos hospitales son campos de batalla, escenarios de guerra en que los enfermos sobrepasan la capacidad del personal que atiende, en que los recursos escasean y no dando abasto las camas y camillas, el piso frío se habilita para acostar a los pacientes. Cuadro inaudito e inhumano. Trazo apenas caricaturesco para quien en la realidad no lo ha observado. La desconfianza ha poseído a todos los actores. Violando la intimidad, las historias clínicas de los pacientes se escudriñan en busca de pretextos para glosar las cuentas, los auditores dudan del criterio médico, los pacientes ante el fracaso terapéutico señalan la negligencia y el error como la causa más probable, cual si en salud el éxito debiera estar asegurado. El médico ante la creciente paranoia imagina toda clase de denuncias y ante el temor a actuar, encarece la atención con formulaciones que no tienen otro interés que ponerse a salvo de demandas.
El personal de salud se siente arrinconado. La salud se ha mercantilizado; la productividad y los ingresos pesan más que la humanidad en los balances. Y no figurará la humanidad en ellos porque pese a su importancia no tiene indicadores. Muchas veces con criterio financiero la libre formulación se coacciona, y en los procedimientos, las hospitalizaciones y las estancias que el profesional ordena, sin fundamento científico se cuestiona el juicio médico. Hay intromisión en la privacidad del acto médico, tasando exámenes y tratamientos para que la atención deje ganancia.
El mundo vive a las carreras, la consulta se volvió vertiginosa. No hay tiempo para escuchar a los pacientes, apenas para llenar la cauda innecesaria de papeles que las administradoras de salud imponen sin criterio. En aras de la productividad todo se volvió somero: no puede escuchar el médico más quejas que las corporales –salvo que sea siquiatra- y siempre las circunscritas a su especialidad –en una medicina parcelada-. El alma del paciente carece de doliente.
Todo minuto de más en la consulta es fuente de tensión en un profesional que lucha contra el tiempo, y atenta contra la producción de los servicios, sometidos al escrutinio de las cifras: a hacer más y en menor tiempo. ¿Pero cuántas cosas en una consulta ligera se pasarán por alto? No por supuesto el llanto, la angustia, la incertidumbre o el temor, ya dados por descontados del arte de curar, sino aspectos clínicos esenciales para salvaguardar la vida del paciente.
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Luis María Murillo Sarmiento M.D.
("La deshumanización en la salud, consideraciones de un protagonista")
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