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     El té y el azúcar se van mezclando, por acción de su mano-muñeca-brazo que gira la cuchara intermitentemente en la taza blanca de cuadritos verdes.
     A unos cuantos metros, el aparato donde se pasa sentado los días, refleja una foto de la persona amada y debajo, en letras negras sobre fondo blanco, se lee una declaración de amor inconclusa que en unos minutos va a ser borrada lentamente, cuando el té inunde su estómago y la cobardía inunde su mente.
     Mientras tanto, mientras el té aun rebose la taza, desapareciendo lentamente y de a traguitos, él se va a sentir valiente y va a escribir las más bellas palabras, los más sentidos sonetos, destinadas todas a esa persona que hace latir su corazón con un compás diferente.
     El imaginará todas las posibles respuestas: el sí, el no, las risas, las lágrimas, los golpes-despedidas, los abrazos-besos, repasará nuevamente todas las fotos que ya conoce de memoria, y las verá una por una experimentando esa falta de aire que solo esa persona puede hacerle sentir (sin contar los abrazos asfixiantes de uno que otro familiar)
     Una vez que escribe la última palabra, coincidiendo como siempre con el último trago de té (desagradablemente dulce a veces), relee por una última vez su declaración, y comienza a borrarla palabra por palabra, silaba por silaba, dejando escapar una risita vergonzosa por su reciente fingida osadía.
     Mientras lava la taza piensa que aún es temprano, que siempre se puede esperar un poco más. Quien dice, quizás mañana se anime a presionar el "Enter". 
     

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