Paris, Diciembre de 1.944. El ejerció del Tercer Reich que ocupaba Francia estaba en retirada. Derek Kaufman era un joven oficial Alemán que se enamoró de una joven francesa llamada Juliette Mercier. Estos son sus últimos días juntos en ese aciago lugar y tiempo, según el diario personal de Derek, encontrado luego de 70 años.
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Me habían destinado como oficial médico en el hospital Pitie Salpetriere, en Paris.
Jamás compartí esa terrible ideología racista de un demente como Adolf Hitler, pero tampoco soy un cobarde y si mi país me necesitaba, no desertaría.
Yo tenía 29 años cuando conocí a Juliette y ella 21. Había llegado al hospital junto a una niña huérfana, que luego supe era vecina del edificio en donde vivía; tenía una fuerte hemorragia interna y necesitaba atención. Los suministros eran escasos, por lo tanto, tenían prioridad los alemanes y luego la población civil.
Como oficial en jefe fui llamado a resolver el problema. Cuando la vi, con esos grandes ojos celestes suplicantes, me desconcertó. Algo interno se produjo en mí que no podría describirlo.
Ella, abrazada a la niña y con gran ímpetu, esquivó a la dos enfermeras y a un soldado, para decirme en voz muy estridente:
- Oiga, no ve que la niña se está muriendo ¡Tiene una roca en lugar de corazón!
Su insolencia le hubiera costado la vida, pero ella no temía a nada. Su coraje me conmovió. ¿ Que podía hacer yo?. Tenía un uniforme que representaba el avallasamiento de la humanidad y una bata blanca que trababa de salvarla. Ordene a mis subalternos que la trasladaran a Cirugía. La niña se recupero después de unos días.
Comencé a frecuentar a Juliette. No sé si fue por temor o por amor, pero acepto mis cotidianas visitas a su casa. Paris, en esos años, era un caos. Mi cortejo no era formal, solo nos veíamos cuando podíamos. Yo trataba de llevarle algo de pan negro, algunos huevos que podía conseguir, para que lo pudiera compartir con la niña. Todo era muy difícil.
En ese caos, en la mayor de las adversidades que el hombre puede provocar por su intolerancia, nació un amor. Ese maravilloso sentimiento no pide permiso ni establece lugar de natalicio. Aparece en los momentos más inesperados. Solo me limité a vivirlo intensamente.
Una noche le pregunte:
- Me amas Juliette o esto es solo una ilusión. Dime la verdad, no temas las consecuencias.
Ella me miro fijamente. Sus ojos, que se habían vuelto más celestes y transparentes, perforaron mi alma hasta lo más profundo mi ser. Recorrió todas las concavidades de mi corazón. Supe de inmediato que no me mentía, que era real esto que vivíamos.
Hicimos el amor con tanto frenesí, que creo que la propia Afrodita se hubiera sonrojado.
La oscuridad siempre ha teñido mi destino y nunca he podido escapar de él. Los trágicos acontecimientos que estaban a punto de ocurrir fueron tan dolorosos que me cuesta muchísimo relatarlos en este diario.