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Alguna vez me paro a pensar en las cicatrices que tengo por ahí grabadas en el cuerpo, no son muchas, pero algunas hay.

La que siempre miro está bajo mi codo izquierdo, es un surco blanquecino de alrededor de 3 centímetros y unos 6 milímetros de grosor, me la hice cuando tenía 12 años, al caer de una bicicleta.

Pero el asunto no es solamente la caída, sino la razón de esa caída. Lo recuerdo bien, era un domingo por la tarde, mis padres habían ido a visitar a unos amigos y nos llevaron con ellos a mis hermanos y a mi (éramos dos varones y una nena), los amigos en cuestión tenían un par de hijas que eran casi de la misma edad que mi hermano y yo, así que la estábamos pasando bien entre los cinco.

Sin saber porque, cada vez que la nena dueña de casa que era de mi edad me hablaba, se me trababa la lengua y no paraba de mirarla, hasta que me dijo que la ponía incómoda. Yo solo suspiré. Ella me dio un codazo y se fue molesta, yo ni lo sentí, solo quería mirarla siempre. Pero mis hermanos me dijeron que la estaba molestando mucho, así que me presté la bicicleta de ella y me fui a dar una vuelta a una plaza que quedaba cerca.

Me la pasé pensando qué era lo que me pasaba que no podía dejar de mirar a la niña y ni siquiera podía hablarle, estar cerca de ella me ponía muy nervioso. Era tan linda...

Y pensando en ella no me fijé que me dirigía directamente a la fuente del centro de la plaza, cuando me di cuenta quise girar a la izquierda, pero el agarrador del manubrio se soltó y caí de bruces con el codo por delante y el impulso me hizo arrastrarme unos metros por el suelo.

Volví muy triste a la casa donde estábamos, sabía que ella no volvería a hablarme y tendría un gran problema, el manubrio de la bicicleta se había torcido y parecía no tener arreglo. La caída y mi peso (olvidé decirles que era bastante gordito esos años) habían causado el desastre.

Me estaban todos esperando en la puerta de la casa, había tardado bastante y mis papás y mis hermanos ya estaban listos para irse a casa, mi mamá tenía mi chamarra en la mano para dármela e irnos.

Al principio me llamaron la atención, luego al ver su bicicleta, la niña bella comenzó el berrinche, mi papá consensuando con el amigo para ver cómo hacer de arreglar la bicicleta me miraba con cara de guerra (no me iría bien luego) mi mamá me pasó la chamarra y cuando fui a tomarla un gritito de la hermanita menor de la bella enojada. Gritaba mientras me señalaba el brazo, recién me di cuenta que lo tenía todo ensangrentado, yo solo quería irme y que la bella no me siga mirando con esos ojos furiosos.

Las mamás dieron otro grito, me metieron para la casa y entraron todos nuevamente. Me lavaron el codo en el baño, yo aguanté lo que pude, no quería que la bella me mirase llorando, cualquier cosa menos eso. Al final, alguna lágrima se me salió, la herida parecía profunda, la señora de la casa era enfermera asi que terminó curándome muy bien y dijo que se haría una cicatriz pero que no habría problema.

Mi papá revisó la bici y se dió cuenta que la torcedura no era tan grave, la arregló ese mismo momento.

Al final todos nos arreglamos y nos despedimos, yo no sabía qué decirle a la bella, solo le dije que me disculpase, mirándole a los ojos. Ella me miró enojada y se fue sin decirme nada.

Cuando miro esa cicatriz del codo, siempre recuerdo a mi primer amor de la niñez. Ese tan puro, inocente e inolvidable.

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