Convencido estaba el profesor de Español,
de tener en sus huestes a un fiel discípulo,
tras haber hecho repetir a ese pobre estudiante,
las verdades profesadas por tan docto docente.
Engañado haz de morir entrañable maestro,
porque aquello que repetía tu supuesto epígono,
tan solo le produce un gran bostezo
que, con astucia y pericia oculta,
detrás de la sonrisa que interpretas
como un gesto de amor agradecido,
por toda la luz que a este ignorante,
has traído para alimentar su pobre y hambriento espíritu.