Tenía un miedo atroz a los fantasmas desde muy niño. Su abuela le inoculó los engendros de ultratumba y del infierno desde su más tierna infancia. Y con el paso de los años estos temores se convirtieron en realidades en su mente.
A la edad de veinticinco años sufrió un accidente que obligó a internarlo de inmediato y cuando despertó varios días después, en una noche oscura y lluviosa, salió de la habitación del hospital sin abrir la puerta, sintió que flotaba por varios pasillos y buscó un espejo para ver como estaba.
Se ubicó frente al espejo y no veía nada. En ese momento quiso verse las manos, las piernas, el cuerpo… y no existían. Pegó un grito que tampoco se escuchó. Estaba muerto. Él se había convertido en un fantasma.