Hace unos cinco, seis días, mientras las gentes iban a su aire, con un otoño sin definición, con ropas ligeras y ombligos de verano, con ese mismo cielo de siempre, tan alto y tan azul y tan lleno de nubes perpendiculares, este otoño llegaba de puntillas tornando -calladamente- las hojas en oro y púrpura y dejándolas caer sobre las aceras, cubriendo -silenciosamente- las colillas y las cagadas de perro.
Subrepticiamente, ese cielo manso de siempre se fue tornando de azul a gris, a negro, y llovió, como solo había visto Lorca llover en La Habana...
Entonces, ese otoño artero, tomó a Madrid con el culo al aire, en camisetas y en bragas, sin paraguas -que nunca llueve- y los chubasqueros en la tintorería.
Ahora, preocupados, todos miran al cielo y cuentan los días -es el cuarto día -es el quinto día... Asumo que a medio mes, comenzarán a construir el arca y a recoger los pájaros por parejas, (que aquí se casan).