Nos habíamos jurado amor eterno, en esas tragas o enamoramientos violentos de la juventud, cuando ninguno de los dos puede vivir sin el otro, o eso creen ambos, nos prometimos matrimonio y tener hijos en un futuro no muy cercano y, hasta unimos dos gotas de sangre para sellar el juramento.
Nos llamábamos todos los días por teléfono (no existían los celulares) y nos encontrábamos a escondidas porque sus padres no me aceptaban (era la época en que se pedía permiso y consentimiento de los padres), en fin, hacíamos todo lo posible por vernos, por encontrarnos, para reiterar nuestro juramento y promesas de amor.
Por razones que nunca supe a su padre se le ocurrió irse con su familia para USA y escasearon las llamadas y las cartas (no teníamos WhatsApp) hasta que desaparecieron definitivamente. Lloré pensando en trabajar y ahorrar para viajar y encontrarme con ella, pero el tiempo pasó y apareció otra persona que me llenó la mente y el corazón.
Veinticinco años después ella regresó y visitó amigas del barrio donde crecimos, casi no la reconozco ni ella a mí, tomamos un café y ni nos acordamos de los juramentos de amor eterno.
Edgar Tarazona Angel