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Un pobre buey, que llevaba el yugo sobre su nuca durante diez horas diarias, renegaba de su triste suerte. Cada día, uncido al arado, pensaba en lo que tanto repetía su amo acerca de personas que ganaban el pan sin el sudor de su frente, vale decir sin trabajar.

Un día descansó, llegó un político a la finca de su dueño y vio que lo colmaban de regalos, comía lo que le venía en gana y, aún, quedaba descontento.

Al otro día supo, mientras trabajaba la duodécima hora continua y su dueño renegaba, que los únicos que ganan la vida sin trabajar, son los “padres de la patria”.

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