Las estrellas comenzaron a apagarse tras el opaco velo de una nube. La luna, luna llena, también fue consumida por el negro, e invirtió su fase en un abrir y cerrar de ojos. La oscuridad lo trago todo. Ni siquiera podíamos ver a quien teníamos al lado. La noche se llenó de murmullos y de una tensión que hasta dificultaba el respirar. Sentíamos el frío de aquel bosque incluso en los huesos. Nos consumía el cansancio, pero el sueño era abatido por la angustia. Nos sabíamos perdidos, nos sabíamos en peligro. Solo nos quedaba la esperanza de un nuevo amanecer. Esperanza que el lejano cantar de un ave reavivó. Esperanza que el cercano cantar de un lobo asesinó.