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               La noche refresca la calurosa tarde y en el caney se va reuniendo la más variada concurrencia. Se canta, se declaman versos a la mujer, a la sabana y a todo aquello que es parte del paisaje de este llano legendario.

               Entre la entusiasta peonada esta Juan Tadeo, luce su  blanco liqui liqui y un reluciente sombrero “pelo de araguato”. El baqueano Leoncio Díaz atrae la atención de los visitantes, explica sobre los tratamientos y contras que él realiza utilizando yerbas y rezos que aprendió desde niño de sus padres y abuelos. Su más recordada curación la realizo cuando al compadre Cipriano se le ocurrió arrear una enorme danta con intención de cazarla. Este  animal es muy deseado, pero a la vez muy peligroso, posee cuatro tipos de carne, su carrera es  invariablemente en línea recta cuando se ve acosada por el tigre o por cazadores experimentados como Cipriano. Lo cierto es, contaba el baqueano Leoncio Díaz, que el compadre Cipriano en aquella ocasión salio atropellado y bastante golpeado en su tentativa de poseer aquel deseado tapir y fui yo con rezos y ensalmes el que devolvió la salud al audaz cazador. Desde aquel percance fue el compadre Cipriano mi más vehemente paciente.

               Los jóvenes visitantes se entusiasman con las historias que cuentan los vegueros de sus andadas por estas tierras, al igual que estos lugareños  prestan su mayor atención cuando se conversa de leyendas y hechos que exaltan nuestros orígenes. Una noche de aquellas en el caney fue el Teniente Pedro Camejo el protagonista que traen a primer plano en su amena charla los profesores y alumnos. Se dice que este lancero nació en San Juan de Payara, Estado Apure, el año 1790, fue vecino de la histórica villa de Achaguas. Sus primeros encuentros en la guerra de Independencia los realizo combatiendo al lado de las fuerzas realistas. En el caney sólo se oye la voz del profesor en su interesante relato. El año 1816 Pedro Camejo es hecho prisionero por las fuerzas patriotas comandadas por el General José Antonio Páez. Al Interrogar Páez al negro sobre el motivo por el cual  formaba filas del lado realista, algo por lo cual podría ser fusilado. Este responde: bueno “catire” escúchame yo estoy en esto por necesidad, nada más por eso, pura necesidad. La ingenua franqueza de Camejo agrada al General Páez y desde aquel momento no sólo indulta al prisionero sino que lo hace su más cercano colaborador. Fue tanta la bravura y valentía demostrada por Pedro Camejo en el manejo de la lanza que lo llamaron honrosamente El Negro Primero. El 2 de abril de 1819 fue uno de los 150 lanceros que participo en la Batalla de las Queseras del Medio, su cuerpo fornido y la forma de cabalgar con los pies desnudos fuera del estribo lo hacían sobre salir en los campos de batalla al lado de los temibles lanceros de Páez. Siempre estuvo adelante en los combates donde participo sirviendo al lado del regimiento de caballería de la primera división, esto le hizo merecedor de la Orden de los Libertadores de Venezuela. El 24 de junio de 1821 en la Batalla de Carabobo muere el Teniente Pedro Camejo. Cuando se siente herido de muerte logra llegar hasta el General Páez y le dice con un último hálito de vida “General vengo a decirle adiós porque estoy muerto”. Desde aquel instante se escucharon los tambores de nuestra negritud por toda la franja costera anunciando la muerte del Príncipe, del Prócer, de Pedro Camejo: el valeroso Negro Primero.

               En tierras de La busca se escucha el silbido del gavilán y el nervioso menudeo de los gallos anuncia que pronto asomara el sol de un nuevo día. 

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