Puede que les parezca chiste, pero esta historia es verdadera. Mi compañero, no tan amigo, se llamaba EPIMENIO, si, rarito el nombre y así lo bautizaron y registraron sus padres. Pues yo, sin maldad, siempre lo saludaba don EPIDEMIO y el hombre se limitaba a decir buen día y nada más. Me extrañaba su silencio hasta hace unos días que supe de su fallecimiento y vi los letreros mortuorios. Hasta el último momento nunca me corrigió y lo mató la tocaya, o sea la EPIDEMIA. Malditas dos letras. Discúlpeme don EPIMENIO.
Edgar Tarazona Angel