De pronto el silencio ha ganado tus ojos y el brillo de tu tranquilidad se opaca con el mutismo que rodea tus oídos.
Tu voz se queda detenida en el último compás de tus palabras, ya nada hay para decir, ya nada hay a quien decirlo.
El murmullo de tu imaginación perturba el sinsabor de todo lo que te rodea, las imágenes de tu cabeza se van diluyendo poco a poco mientras escuchas el vacío de tu alrededor.
La soledad te ha rodeado y como imposible resultado de aquello te sientes lleno de nada.
Y es el momento preciso para sentir el agudo dolor que parte de tu garganta y rebotando en tu corazón llega a tus ojos. Te has llenado de tristeza.
No quieres moverte, solo miras a tu alrededor y descubres que solo tú existes para ti, no hay nadie mas. Tratas de eludir las preguntas de tu cabeza para que hoy te sientas de esa manera, sabes que no puedes responderlas, conoces las respuestas pero no te las quieres decir, sientes que es como aceptar la derrota.
De pronto, y entre suspiros que no sabes porqué tu pecho los permite, sacas la botella de champagne que guardaste para hoy y, después de abrirla, te sirves el ambarino líquido en aquella copa larga y delgada que compraste ayer.
Aun el silencio reina alrededor tuyo mientras levantas la copa a la altura de los ojos y murmuras algo con miedo de romper la quietud.
Bajas luego la copa y te la llevas a los labios para sentir el burbujeante escozor del frío líquido.
De pronto la quietud se rompe pues a través de las ventanas escuchas el estallar de cientos de petardos y el ulular de sirenas que anuncian la llegada de un nuevo año, también escuchas, sin quererlo, el bullicio que atraviesa el resquicio de tu puerta y que viene del departamento de junto. La escandalosa familia que allí vive se abraza y felicita entre muestras vivas de cariño fraterno.
Tomas lentamente la copa, muy lentamente, dejando que todos esos instantes de bullicio que tus oidos no pueden callar se vuelvan imágenes en tu cabeza y un dolor punzante en el corazón.
Terminas de beber tu copa, apagas la luz y entras a tu dormitorio, aun sientes ese picor salado que sentiste en el líquido y te limpias los ojos por culpa de aquella furtiva lágrima...
Te acuestas, silenciosamente, sin querer molestar, ella está allí, ya acostada pero no dice nada ni dirá nada.
Lo último que piensas antes de dormir es porqué no lo pensaste mejor antes de casarte con una persona a la que no amas, una pregunta que ella también se hizo cuando escuchó el descorchar de la botella allí en la sala y saber que no hay mas grande soledad que aquella que aparenta amor.