Desde que la vi por vez primera supe que era especial. Su andar elegante, pausado, a veces dubitativo pero nunca agresivo, su penetrante mirada, tan intensa como huidiza, sus remilgos para acercarse sin hacerlo, preservando su espacio íntimo siempre, dispararon en mí sentimientos que creía dormidos para siempre.
En menos de una semana y sin que haya nunca cruzado una palabra con ella, ha logrado estar en todos mis pensamientos, apareciendo cuando menos lo espero y desapareciendo con la misma rapidez, una nunca explicada actitud de acercamiento y distancia que me ha hecho estar pendiente de su presencia aun cuando no lo piense.
Aún en su mutismo, su permanente silencio, he notado un deseo de comunicarse sin detalles ni demandas, un estar sin necesidad de hacer notar su presencia. Me inquieta no saber nunca el por qué de sus repentinas huidas sin que haya mediado un motivo. Es esa presencia-ausencia que me impide saber qué tormentos y anhelos anida en su alma, cuando parece estar al alcance de mi mano y, cuando huye, una vez más, sin saber por qué lo hace.
Todo empezó casualmente, como suelen suceder éstas cosas. Me encontraba de viaje por mi mundo de héroes y villanos mal avenidos, en un lugar impensado para suponer un encuentro tan inesperado, cuando de pronto y sin aviso apareció ella, envuelta en su ropaje tan vistoso como fuera de época. El colorido de su envoltura, a la par que llamativo resultaba incongruente con el verde monocorde del entorno y el celeste del cielo otoñal desnudo de nubes. Su elegante figura, de voluptuosos contornos, hacía imposible no estacionar mis ojos junto a ella hasta que decidiera privarme de tan magnífico espectáculo. Sus elegantes extremidades desnudas, eran un imán para mi vista que insistía en capturar en una sola mirada tanta belleza. Sus ojos, de un indefinible color, despedían una mirada imposible de ignorar, llena de interrogantes que aún siguen siendo el mayor misterio. Contuve como pude mi natural impulso inicial de intentar un diálogo, un acercamiento que prolongara esa presencia mágica que había logrado eclipsar todos mis afanes e inquietudes , en aras de mantener un instante más esa presencia subyugante, llena de inquietantes misterios y permanente amenaza de convertirse en repentina huída. Me despedí rápidamente de Larsen y desde entonces mi atención, como nunca antes, estuvo centrada en tratar de asir siquiera por un momento la magia de ese encuentro que cada vez se me escapa como el agua entre las manos.
De pronto pensé que tal vez su inestable presencia fuera susceptible de mantener recurriendo al más manido de los recursos, la invitación a comer juntos. No puede decirse haya sido precisamente una invitación, siquiera una cena, pero la aceptación tácita, aunque temerosa siempre, se convirtió en la llave para tender un puente entre nosotros. Un pacto no escrito que en éstos breves días hemos respetado ambos, trocando mi mesa por su presencia, sin preguntas ni condiciones.
Aún presintiendo era dueña de una voz envidiable, en la que uno puede fácilmente imaginar el gorjeo de un canto cristalino -como la de un ave- , el silencio entre ambos parecía ser la condición de su aceptación de mi presencia y todo lo más que estaba dispuesta a aceptar.
Desde que me he enterado apenas ahora que tanta hermosura en realidad son dos - hermanas gemelas seguro - , no hay manera de saber cuál es cual. Trato de ver en sus ojos una mirada distinta, un destello diferente, algo en su cuerpo que la identifique pero una y otra vez me quedo en la más absoluta incertidumbre. Esta duda que me persigue y carcome, convive con la permanente amenaza de que cada una de sus frecuentes fugas silenciosas se convierta en definitiva, quebrando para siempre la magia de su visión. Lo que me atormenta desde ese momento, que para el tiempo es nada pero para la espera es una eternidad, es saber cuál de ambas es objeto de éste sentimiento indefinible, repentino, inexplicable, definitivo.
Tanta obsesión, desvelos y elucubraciones, tendrían que tener al cabo una respuesta y ella no podía ser más simple, como suelen serlo las explicaciones de los misterios mayores que nos aquejan. Qué otra cosa puede diferenciar a dos sujetos físicamente idénticos, sin que hayan otros signos exteriores que los identifiquen de manera unívoca, que el carácter? Claro, he ahí la respuesta, diáfana y clara, como el amanecer junto a la vibrante naturaleza que me rodea. Debía entonces dedicar mis esfuerzos a estudiarle, escrutar en sus pasos, su modo de mirar y esquivar miradas, la esencia de ese ser que me había cautivado y, por fuerza, debía ser único.
A ello dediqué toda mi atención y esfuerzos, observando hasta el mínimo detalle sus gestos, siempre iguales y siempre distintos, tan imprevisibles como cautos. Creí haber logrado captar un consumado arte del disimulo en esa manera suya de acercarse como explorando un camino sin embargo tan conocido. Me pareció distinguir en ella y sólo en ella esa actitud de discreta aceptación del gesto amable, manteniendo un dejo de reticencia que hacía imposible otra cosa que el fugaz contacto visual.
Nuevamente me vi sorprendido cuando pude comprobar, fruto de la paciente observación y seguimiento de sus errantes pasos, que quienes creí eran dos y hasta elucubré podían ser hermanas dado su extraordinario parecido, en realidad eran tres y entre ellas apenas se podía percibir una ligera diferencia de envergadura física. Muy a mi pesar no pude menos que aceptar que quizá esa diferencia obedecía a su diferencia de sexo. Y sí, eso debía ser.
En realidad, lo que al principio creí era una sola gallineta, en realidad eran varias, alguna de ellas como la primera que cautivó mi atención y lo sigue haciendo, ligeramente más pequeña delataba su femineidad.
Desde entonces supe que mi relación con ella iba a seguir siendo la de disfrutar su esquiva presencia, en un pacto tácito de silencio y aceptación de mi entrega amigable a cambio de la observación siempre admirada de su magnífica belleza. Así ha sido. Así es aún.
J. Martínez Jorge