No fue el matrimonio para ti ni para mí la fuente de la felicidad que ambicionamos. Mi interés en él no existe, existió sí, y me dejó decepcionado. Por eso será siempre el blanco de mi pensamiento.
Concibo el hogar como la cuna ideal para los hijos, el matrimonio, apenas como una formalidad, una forma más de dar vida a los hogares. Veo el modelo hogar y matrimonio como un ideal inalcanzable. Ni a la fuerza se mantiene unido. Poco funciona hoy. Armónicamente tal vez nunca ha funcionado. Qué ironía que pueda el hogar marchar mejor cuando no existe matrimonio que lo aflija.
El matrimonio es probablemente el último error de los enamorados, una decisión que no se funda en el conocimiento pleno de sus consecuencias. Debería ser una elección lúcida y tranquila, producto de la cordura, cordura de que no gozan los que aman.
Si con el matrimonio el enamoramiento caduca, ¿para qué tomar en cuenta el amor a la hora de casarse? ¡Que primen las garantías económicas y sociales sobre los sentimientos! ¡Que se piense en detalles que aseguren la supervivencia, el bienestar, un futuro sin aprietos! Que se desarrolle, pensando en la estabilidad, un proceso de selección, como el que tan eficaz resulta a las empresas, estableciendo el perfil ideal de la pareja. Al fin y al cabo el matrimonio es un contrato. ¿Exclusivamente para el amor quién vive? Los amantes.
Objetivamente creo, en contra de todo parecer social y religioso, que el matrimonio no es más que una forma de organización social, independiente del amor, incapaz de mantenerlo vivo, que lo usa apenas de carnada para atraer a su red a la pareja. Que cuando se mantiene, lo hace más por ataduras religiosas o legales, por la costumbre, y muchas veces por un amor sublime, aquél que nos deslumbra cuando somos padres. Ese sin parangón en toda nuestra vida.
No creo justo que en aras de la convivencia se renuncie al don preciado de la libertad. Ni que la exigente vida en común con un extraño ocasione mayores cohibiciones que cuando estuvimos subordinados al hogar paterno, más generoso en abrigo y en cuidados. Nada justifica la pérdida de la libertad que se da cuando se formalizan las uniones. Es en gran medida por su culpa que el amor se acaba.
Para que el matrimonio y uniones parecidas se conserven, la afinidad, la solidaridad, la comprensión, la tolerancia y la libertad deben primar sobre la atadura esclavizante y egoísta. Todo está perdido cuando no acepta el uno al otro tal cual es, cuando uno se obstina en cambiarle al otro su forma de ser y sus defectos.
Los celos y la infidelidad, que socavan el amor, no debieran aquí tener cabida. Pero hay que aceptarlos: son irremediables. La fidelidad no existe, es un valor apenas relativo, un deseo, una virtud que por egoísmo se exige a quien amamos. Una cualidad para predicar en el desierto, un atributo que se lleva el viento. Lo sabe quien intenta dominar sus tentaciones: sólo las posterga. Al final no sobreviven ni las buenas intenciones. Menos en el ambiente hostil al amor del matrimonio. ¿Y los celos? Los celos te aseguro, no son menos letales. Quien presta sus oídos a las intrigas de los celos, acaba con el amor en forma prematura. No son sus suspicacias más que otra manifestación del egoísmo ocioso.
Al igual que todos soy culpable, he sido infiel y he celado. He sido del matrimonio víctima y verdugo.
¡Cuántas cosas buenas derivarían de la vida estable de pareja! Otra sería la historia de la humanidad si el enamoramiento durara para siempre. Otra es la realidad. Defraudado del matrimonio, me declaro de él en retirada. Deseo el amor libre y perdurable, buscaré por ello el amor en una institución vilipendiada: he vuelto a soñar con una amante.
LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")
http://luismariamurillosarmiento.blogspot.com/ (Página literaria)
http://luismmurillo.blogspot.com/ (Página de crítica y comentarios)